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La Epifanía del Señor

El calendario de la Iglesia Católica, el 6 de enero de cada año, invita a celebrar la solemnidad de la Epifanía del Señor o día de Reyes. Dicha festividad tiene su origen en la Iglesia de Oriente; para ellos, es la fiesta de la Encarnación; sin embargo, para la Iglesia de Occidente es la conmemoración de la revelación de Jesús al mundo pagano, la verdadera Epifanía.

Por el pasaje bíblico de Mateo 2,1-12 sabemos que eran Magos, que vinieron de Oriente y que como regalo trajeron incienso, oro y mirra. También, la tradición de los primeros siglos sostenía que fueron tres reyes sabios: Melchor, Gaspar y Baltazar. Sin lugar a dudas, esto responde a un mito generado por el “Liber Pontificalis”: es una recopilación fechada en el siglo IX de varias historias y leyendas relacionadas con la religión cristiana. Los Magos representan a aquellos que buscan a Dios porque aún no lo conocen.

Dios se revela al mundo en la sencillez, en conformidad con el Evangelio, en un clima de confianza y de esperanza; a fin de que la vida sea más humana y más cristiana.

Si se creara un Premio Nobel de la fe, los Magos serían universal y objetivamente los más idóneos candidatos. La fe necesita también poetas: hombres que, estimulados por la esperanza, orientados por la fe e impulsados por el amor, se lancen a la búsqueda de las realidades divinas. Los realistas, al estilo humano, presagian fracasos. Los poetas, de lo divino, se ponen en marcha y encuentran. Todo esto demuestra tres cosas: quienes creen poseer el sentido de lo real y que entienden pisar en tierra firme, se mueven, ciertamente en tierra movediza y carecen del sentido de las realidades divinas; pero quien busca a Dios con sinceridad lo encuentra y nunca se equivoca.

Ante la estrella que anuncia se verifican tres comportamientos: Herodes se sobresalta de miedo porque ve en el Niño una amenaza; los entendidos, es decir, los profesionales del consejo: “Convocó a los sumos sacerdotes y a los letrados del país y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías”; los Magos se dejan cuestionar por la estrella, se ponen en camino, no se desmoralizan y son capaces de reconocer al Mesías. Ellos ven la profundidad de las cosas; y, sobre todo, deciden no proseguir caminando en tinieblas.

Nuestra vida transcurre, con frecuencia, en la corteza de la existencia: trabajos, reuniones, encuentros, ocupaciones diversas y la vida se nos va desvaneciendo conquistados por la superficialidad, sin preguntarnos por el sentido de la vida y sin la suficiente apertura a la luz.

Hay que ir más allá de los detalles y de los regalos: los nórdicos invocan a Papá Noel o Santa Claus portador de ilusiones; entre nosotros los Magos; en Rusia la Babuska; en Italia la Befana y en otros países el Niño Jesús. Escapemos a la trampa de: comprar, consumir y gastar siempre más y más. El único y verdadero regalo es el Niño Dios; acojámoslo, siendo amables y comprensivos con los demás.