Unesco y educación superior: ¿adiós a la ética de la educación?

Los fines de las educaciones —desde inicial a postgrados— son indispensablemente éticos; orientados a la perfectividad (virtud) del Ser social. Su resultado final produce educados cuyo atributo prístino es haber incorporado y ejercer paradigmas y habilidades óptimos para interactuar en los ámbitos sociales en que se incluyan u organicen.

La reciente edición de “Diez ejes para repensar la educación superior del mañana en América Latina y el Caribe” (Unesco, 2023), publicada el pasado 04 de septiembre, corrobora la erosión de esa pluralidad implícita en el concepto Educación Superior (ES).

La publicación parte de una premisa: contribuir a unas instituciones de educación superior (IES) que en medio de los cambios tecnológicos, las crisis económicas y la pandemia de la Covid-19 desarrollaron acciones “para integrar nuevos formatos de educación y adaptar sus dinámicas a las necesidades y demandas del entorno”.

Las palabras “formatos” y “entorno” subsumen los fines de la ES en la dimensión abstracta. Al menos, en espacios y fines maniqueos. Porque, principalmente, el tránsito de las personas por los procesos educativos ha de mantener, inexorable y antes que cualquier otro, el objetivo de robustecer las capacidades personales y colectivas afines a un concepto de humanidad integral que sólo en segundo término —a posteriori— puede ser disciplinariamente funcional.

En ES, la formación humana es esencial; para UNESCO ¿lo es?

Los cuestionamientos sobre ES que guían las reflexiones de esta edición de “Diez Ejes...”, se limitan a cuestionar —“de manera más profunda” (Sic !)— el “papel de la ES y su contribución al desarrollo sostenible, así como el potencial rol que de manera proactiva puede jugar la ES en los ecosistemas de conocimiento e innovación”. Clara licuación conceptual postmoderna.

Amparado en esto, UNESCO propone la ES como ámbito y praxis que fortalecen la formación de utilitarios económicos-tecnológicos, mediante la investigación y acopio de saberes orientados a reproducir un resultado actual incrementado. Lograrlo es responsabilidad de unos “principales actores de la ES en América Latina y el Caribe (ALC)” que deben “contar con elementos para el desarrollo de políticas públicas y la toma de decisiones”, avituallarse de habilidades y saberes derivados de procesos formativos enfocados en: “qué, y como se enseña, qué se investiga y para quién, hasta qué punto están preparados los egresados de educación superior para ingresar al mercado laboral y para ser agentes del cambio social” y, como último: “de qué manera las IES están contribuyendo y pueden contribuir a resolver los grandes problemas de la humanidad”.

¡Vaya!

No extraña que esta edición no aborde las contribuciones de la ES a la actual crisis de humanidad global, cifrada en guerras, el avance progresivo y universal de la cultura individualista y la de socialización, generadas desde las tecnologías, los nuevos modos de consumo, la disrupción de las asociaciones tradicionales y la devaluación de las praxis colectivas articuladas mediante lazos interpersonales y colectivos socialmente protectores.

Tal enfoque de la ES sobrevalora el paradigma rentista. Erosiona la función ética de la ES referenciada al incremento de la calidad humana de los egresados.

Peores resultados en la convivencia social y la calidad humana han de esperarse de una ES así entendida.