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Ingredientes para la sostenibilidad

Treinta años después de la conceptualización del primer proyecto orientado a la re-estructuración socio-económica, urbana y ecológica de los barrios que bordean los Ríos Ozama e Isabela en la Ciudad de Santo Domingo, se divisa un nuevo amanecer para los residentes de La Ciénaga y los Guandules, con el nacimiento del Nuevo Domingo Savio; enclavado en la margen oriental del Rio Ozama, con una densidad de 38,392 Habs./Kms², lo cual supera en 339.48% la densidad del Distrito Nacional.

En esta primera etapa el proyecto definió con precisión el límite entre el río y la zona urbana, a través de una vía o Paseo del río que se extiende por más de tres kilómetros, desde el Puente Francisco del Rosario Sánchez hasta el Puente Duarte; lo cual permite la construcción de nuevos espacios públicos, plazas, infraestructuras deportivas y una cobertura vegetal para la protección de la comunidad ante las crecidas del río.

La intervención realizada en la frontera entre el río y la comunidad, ha sido clave para cimentar las bases de esta transformación. Un proceso que requirió el traslado de unas 2,500 familias de la ribera del río Ozama, rescatando del riesgo y la vulnerabilidad a más de 8,000 personas; las cuales no retornarán al espacio liberado en atención a las restricciones de ocupación y el nuevo equipamiento establecido. El éxito rotundo del proyecto se completa con la instalación de la infraestructura educativa, de cuidado y de salud solicitada por la comunidad, al igual que la intervención de toda la estructura pública ubicada a lo interno de los barrios.

A partir de las luces presentadas y los retos perfilados, que impactan dos importantes barrios capitalinos y todo el corazón de la zona metropolitana, resalto tres ingredientes necesarios para la sostenibilidad de este tipo de intervenciones.

En primer lugar, la importancia de consolidar la superficie pública, a través de la construcción de nuevas vías, aceras, espacio público, instalación de equipamientos, mejoramiento de calles internas y la creación de zonas verdes, como primer paso para delimitar la estructura que se pondrá al servicio de la comunidad. En segundo lugar, se requiere la normalización del estado jurídico de los inmuebles privados, como herramienta para el financiamiento de las intervenciones particulares y la mejora de las condiciones de cada inquilino.

Finalmente, la urgencia de regular el uso de suelo, a través de la clasificación del suelo que establezca con claridad las zonas no urbanizables para prohibir la ocupación o construcción, al igual que la calificación del uso de suelo permitido a lo interno de cada predio, con miras a garantizar la coherencia de las futuras intervenciones y reducir los conflictos por las actividades que allí se realizaran.

A pesar del origen de este tipo de comunidades localizadas en las márgenes de las fuentes acuíferas, escorrentías o cañadas, caracterizadas por una población sumida en el abandono, el riesgo, los sufrimientos y el olvido; la cual se apropió de una porción del territorio desregulada, con el interés de mejorar sus condiciones de vida sin importar las consecuencias de esta ocupación; se requiere que el Gobierno continúe el ordenamiento integral de estos espacios para corregir el caos histórico que existe a lo interno de nuestras ciudades y a la vez prevenir la ocupación desordenada para que no suceda lo mismo que en otros espacios de la ciudad.