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La alegría de la Navidad

La fe cristiana no consiste en una “obligación” ni en un conjunto de creencias que se “deben” aceptar, tampoco es un código de leyes que se “debe observar o unas prácticas religiosas que se “deben” cumplir. Quien así se comporta genera un tipo de cristiano aburrido, sin deseo de Dios, sin creatividad ni pasión alguna por vivir y contagiar su fe; le basta con “cumplir”, forjando una religión sin atractivo, con un peso difícil de soportar y con una especie de alergia superficial. No estaba equivocada la filósofa, activista política y mística francesa, Simone Weil, cuando escribió que “donde falta el deseo de encontrarse con Dios allí no hay creyentes, sino pobres caricaturas de personas que se dirigen a Dios por miedo o por interés”. La fe es un recorrido, un camino; y no un “sistema religioso”.

En el Adviento que estamos concluyendo, “preparamos el camino del Señor” para celebrar su nacimiento. Regularmente, la sociedad celebra su aparición con ruidos, luces y excesos; pero la Navidad cristiana es más que ese ambiente superficial y manipulado que se respira; es una fiesta más profunda y gozosa que todos los artefactos que ofrezca el consumismo.

Celebrar la Navidad es, ante todo: creer, agradecer y disfrutar de la cercanía de Dios. Estas fiestas sólo pueden agradarles en su verdad más profunda a quien se atreve a creer que Dios es más cercano, más comprensivo y más amigo de lo que nosotros podemos imaginar. La Navidad encierra un secreto insondable que, desgraciadamente, se les escapa a bastantes personas que celebrarán “algo”, sin saber exactamente qué. No sospechan que la Navidad ofrece la clave para descifrar el misterio último de la existencia; que nos exige revisar ideas e imágenes de Dios que impiden identificar su verdadero rostro.

En medio del ajetreo diario, a veces tan aburrido, apagado y triste, Navidad se constituye en una invitación a la alegría. En tal sentido, decía san León Magno: “No puede haber tristeza cuando nace la vida”. No se trata de una alegría insulsa y superficial. Por otra parte, sostiene el teólogo Leonardo Boff que “nosotros tenemos motivos para el júbilo radiante, para la alegría plena y para la fiesta solemne: Dios se ha hecho hombre, y ha venido a habitar entre nosotros”. O sea, existe un gozo que sólo lo pueden identificar y disfrutar quienes se abren a la cercanía de Dios, y se dejan atrapar por su ternura.

Primeramente, hemos de recordar que este gozo del creyente no es fruto de una condición optimista ni el resultado de una vida sin problemas ni tensiones. El creyente se ve enfrentado a la dureza de la vida con la misma crudeza y la misma fragilidad que cualquier otra persona. Aunque, para él, la alegría de la Navidad es superior a cualquier adversidad. Felices los que, en medio de la algarabía y del aturdimiento de estas fiestas sepan rezar a un Dios cercano y acogerlo con corazón creyente y agradecido. Para ellos habrá sido Navidad y podrán decir, ¡Feliz Navidad!

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