SIN PAÑOS TIBIOS

Una dulce tragedia

Nunca se sabrá qué impulsó a ese frágil homínido a descender del árbol y comenzar a deambular por la sabana. Quizás fue la ausencia de alimentos o simplemente la pura necesidad de hacerlo. En todo caso, nuestro diseño evolutivo se perfeccionó en un escenario de déficit calórico permanente en donde un cerebro goloso que no superaba el 5% de la masa corporal requería el 20% de la energía total consumida. Nos gusta lo dulce, amamos lo dulce, millones de años de prueba y error nos trajeron aquí, de ahí que encontrar lo dulce se constituyó en una necesidad permanente por el rápido acceso a energía que suponía.

Desde los albores de la humanidad hasta siglos recientes, nuestra fuente primaria de azúcares se circunscribió a miel y frutas; luego, los árabes propiciaron el acceso al azúcar de caña y “descubierta” América, la necesidad europea estructuró el comercio triangular en el Atlántico, cuyo único fin era producir azúcar (barato) para ese mercado, generando a posteriori la acumulación de capital necesaria para impulsar la revolución industrial.

Hoy el azúcar es omnipresente en la industria alimentaria. Como nunca antes en toda la historia tenemos acceso ilimitado –y a bajo costo– a azúcares de todo tipo, lo cual, unido a una cultura que propicia e incentiva el sedentarismo, se ha traducido en aumento de los índices de glicemia de la población. Los problemas derivados del hiperconsumo de azúcar, en todos los niveles sociales, económicos, raciales y etarios, representan un incremento de la diabetes a nivel mundial, que, pese al control de los medios y el relato que llevan los grupos vinculados a la industria de los azúcares, ni pueden ser ocultados, ni deben ser obviados.

El pasado martes 14 se celebró el Día Mundial de la Diabetes, una enfermedad que en palabras del dr. Ammar Ibrahim, director del Instituto Nacional de Diabetes, Endocrinología y Nutrición (INDEN), afecta a un 13.7 % de la población dominicana y a un 9.3% que tiene prediabetes. Es decir, uno de cada cinco dominicanos tiene o tendrá problemas vinculados a la diabetes, y está sobradamente demostrado el vínculo entre esta y el consumo desmedido de azúcar.

Urge asumir con carácter de Estado el tema de la diabetes. Otros países de la región ya han establecido legislaciones que limitan su uso o establecen impuestos adicionales a la industria de las bebidas azucaradas–por ejemplo–, y hay una batería de medidas ensayadas y en funcionamiento en muchos lugares para poder combatir eficazmente lo que se ha convertido en una epidemia, pero, la educación del consumidor seguirá siendo la principal tarea a desarrollar; la más importante y la más necesaria.

La diabetes y su incidencia como factor de riesgo de otras enfermedades constituyen un tema de salud pública, o quizás, una verdadera epidemia. El Estado no puede ser indiferente o quedarse en respuestas reactivas y paliativas, o creer que la situación está camino a resolverse al disponer de más recursos clínicos y médicos para enfrentarla, su deber inmediato es promover una cultura de alimentación más sana y balanceada. Y no, no estamos en contra ni del azúcar, ni de la industria que la fabrica o que la usa, pero si a favor de una población más sana, que pueda disfrutar de mayor calidad de vida, y ambos escenarios no son excluyentes.

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