SIN PAÑOS TIBIOS
De kinder a Tinder
Uno de los momentos más felices de mi vida fue cuando el pato Donald entró al curso a saludarnos. Yo tendría cuatro años y aún así mi memoria retiene los colores brillantes de su traje y plumaje, y las caras sonrientes de mis amigos, extasiados como yo de que aquel héroe de nuestros sueños nos hubiera visitado.
De aquel curso recuerdo poco más, y, sin embargo, los amigos de aquellos años son amigos de toda la vida, y no importa que pasen décadas sin verlos, porque existe un lazo irrompible que está ahí, por debajo de todo, un nexo fundamental que nos une y que se hace presente en cada encuentro.
Y es que esos primeros años de escolaridad constituyen, más allá de nuestro primer contacto con la educación formal, el momento en que aprendemos a desarrollar habilidades y adquirimos herramientas para relacionarnos socialmente. En ese período aprendemos a ser ciudadanos de la sociedad en que viviremos, y así sucesivamente, hasta que la vida nos estanca en las playas del confort que brindan los ambientes controlados y predecibles como la familia, el trabajo, el círculo de amigos del colegio, la universidad y sus parejas.
Quizás siempre ha sido así, o quizás cada generación se siente diferente a la precedente, pero lo cierto es que tenemos derecho a pensar que en este tiempo la sociedad enfrenta desafíos como nunca antes había visto, porque, en efecto, la supremacía del uso de la tecnología en la vida cotidiana ha irrumpido en todas las facetas de nuestra existencia, y, más allá que de homo sapiens hemos pasado a ser homo celularis, los algoritmos que subyacen en cada red social modifican nuestros patrones de comportamiento en muy poco tiempo.
La inmediatez que las redes imponen en todo ha migrado hacia nuestras cotidianas actuaciones. Así como esperamos respuestas inmediatas frente a cualquier mensaje, así reaccionamos negativamente ante cualquier silencio. Con poco tiempo para relacionarnos personalmente recurrimos a las aplicaciones de citas para conocer a personas fuera de nuestro círculo, sublimando aspiraciones reprimidas, fingiendo ser lo que no somos y proyectando lo que queremos ser.
Aplicaciones que nos permiten conocer personas, rechazarlas o desecharlas con la misma facilidad y frivolidad que seríamos incapaces de mostrar en el plano personal de la vida real. El problema no seremos nosotros, la generación de transición que trata de pescar en río revuelto antes que las aguas nos devoren; no, el problema será la nueva forma de relacionarnos que le impondrá el algoritmo como algo natural a los más jóvenes. El “ghosting”, esa facilidad con que la red nos permite salir de la vida de cualquiera con la misma facilidad con la que entramos; la erosión de las relaciones primarias; la incapacidad de profundizar y quedarnos en la superficialidad del diálogo vacío e intrascendente… En fin, que todo lo bueno trae algo malo y toca discernir qué tomar y cómo hacerlo. O bien eso, o bien dejar de teorizar y aceptar que, sin muchas opciones interesantes para un viernes por la noche, vale la pena darle “like” a la cibaeña de pelo rojo, a ver qué pasa.