QUO VADIS
Con la boca abierta
En la decadencia del régimen trujillista, el dictador había pasado la noche en la boda de un pariente y a las 6:00 a.m. como final de la fiesta habían servido un sancocho de 7 carnes.
Al sátrapa se le había espantado el sueño, aunque se encontraba pasado de tragos. Cuando se monta en el vehículo junto a su esposa da la orden de que querría ir a la vieja iglesia de San Cristóbal a la misa de las 6:30 am
Aún vestido de esmoquin entró a la capilla un poco después de iniciada la homilía del padre Marcos, quien al ver la inusual llegada de Trujillo con esa vestimenta y hablando en tono alto hizo silencio hasta que se sentara el benefactor de la Iglesia.
Una vez el cortejo se ubicó, continuó la misa, pero al momento de dar la eucarística, los que iban a recibir ese sacramento se paraban de sus asientos e iban hacia los tres escalones del altar donde se arrodillaban a esperar “el cuerpo de Cristo”. Entre los feligreses de rodillas se encontraba Trujillo en el ultimo peldaño.
El padre Marcos al observar su estado, que casi no podía sostenerse de rodillas, se molestó y resolvió no darle la hostia a Trujillo, quien se quedó con la boca abierta esperando la oblea sagrada, limitándose el cura a hacerle la señal de la cruz en el aire sobre su cabeza.
Esta situación encolerizó tanto al dictador que se levantó, subió al púlpito y comenzó a predicar. Con lengua estropajosa dijo: “les sorprende que yo suba el púlpito para predicar, pero ustedes saben que yo soy dominicano y nosotros nos creemos que servimos para todo. El que menos sirve se cree que puede ser cura, cardenal y hasta papa y yo si puedo predicar y tengo calidad”.
Ante tal ridículo, su esposa doña María Martínez le halaba la falda trasera del esmoquin, pero él se resistía con gestos y echándola hacia atrás tratando de evitar los tirones, hasta que al fin la doña consiguió interrumpir la improvisada y desencajada homilía, haciéndolo bajar del púlpito y sacándolo del brazo con ella, con un gesto altivo sin mirar a ninguno de los presentes.
Este episodio fue muy extraño, ya que nunca antes ni nunca después ocurrió un hecho como este, pues Trujillo era un hombre muy formal y cuidadoso y su comportamiento personal era impecable sobre todo en público.
A partir de 1958 con la ascensión de Juan XXIII como Sumo Pontífice las relaciones Iglesia – dictadura se fueron agrietando, sobre todo con la actitud asumida por el arzobispo primado de América, monseñor Ricardo Pittini y el nuevo nuncio monseñor Lino Zanini.
Trujillo jamás se imaginó que un cura párroco podía llegar a dejarle la boca abierta y no darle la comunión, pero también aprendió la lección de nunca llegar en las condiciones descritas a una iglesia, aunque fuera su santo benefactor.