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“La ley debe gobernar”

Toda ley busca ser en cada Estado una guía para asegurar un comportamiento justo y aceptable en la sociedad. Busca el mantenimiento del orden, la resolución de las controversias, y proteger las libertades y los derechos. Es así como se asegura el estado de derecho que ha de regir a una nación, evitando las decisiones arbitrarias o el incumplimiento o no de la ley dependiendo de quienes se beneficien. Como decía Aristóteles: “La ley debe gobernar”. El estado de derecho implica que todo ciudadano esté sujeto a la ley, incluidos los propios legisladores.

El cuadrinomio Ministerio Público, marco jurídico, régimen de consecuencia y de aplicación de las sentencias correspondientes, generará confianza. Sin embargo, uno de los aspectos que hoy nos hace llorar de indignación es la fragilidad del régimen de consecuencia en el país; también está generando lo que la Psicología denomina “indefensión aprendida” o “impotencia aprendida”, no se hace nada porque pierdo el tiempo, porque en nuestro país “ná e’ ná” y “tó é tó”.

El recurso de la politización, es una moda peligrosa: es una concentración excesiva en la política a expensas de la realidad, una concentración descomunal en los aspectos más superficiales de la propia política; es otorgar “orientación y contenido político a: acciones, pensamientos o personas”, cuya naturaleza es, o debería ser, esencialmente ajena a ella.

La politización de todas las cosas ha tenido efectos devastadores sobre las relaciones personales. De hecho, en su tratado de la amistad, Cicerón apunta que la política es “la causa fundamental de la discordia entre amigos”.

La politización puede desembocar en lo que Jean Paul Sartre llamó “la militarización de la cultura”. Es decir, a un proyecto, a una obra de arte, a un hallazgo científico o a un producto cultural, no se le juzga por su calidad o por su valor intrínseco, sino por la filiación política de sus creadores. Si es “amigo”, la acción es “buena”; si es “enemigo”, la acción es “mala” o, finalmente, no existe.

Algo similar acontece en República Dominicana, los líderes políticos, si se les puede llamar con ese distinguido nombre, realizan sus alianzas turbias por debajo de la mesa, determinando quién o quienes pagarán las tazas rotas de un grupo político o del pueblo. Por eso vemos como los grandes, sólidos y bien instrumentados casos de corrupción se desvanecen como el agua en las manos. En la historia “democrática” de la nación son múltiples estas prácticas.

¿Por qué no permitimos que el régimen de consecuencia se empodere y se fortalezca en el país? Haría más sólidos a los mismos partidos políticos, creceríamos democráticamente, aseguraríamos la inversión y el turismo extranjero, se fortalecerían la ética y la moral, tendríamos un Sistema Educativo en salud y lograríamos la solidez de la seguridad social. Pero parece que los “delincuentes de cuello blanco” han tomado el timón de la nave, aprovechando los tecnicismos para pescar en río revuelto. Pero, el pueblo, al igual que un cátcher, está descifrando las señas y se expresará a través del voto. 

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