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PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA

Tomando en serio el Concilio Vaticano II

Ese admirador de niños que fuera Jesús de Nazaret, empleó un popular juego infantil judío para denunciar el rechazo de su generación hacia su persona y mensaje: “¿Con quién puedo comparar a los hombres del tiempo presente? Son como niños sentados en la plaza, que se quejan unos de otros: --Les tocamos la flauta y no han bailado; les cantamos canciones tristes y no han querido llorar. --’ Porque vino Juan el Bautista, que no comía pan ni bebía vino, y dijeron: Está endemoniado. Luego vino el Hijo del Hombre, que come y bebe y dicen: Es un comilón y un borracho, amigo de cobradores de impuestos y de pecadores” (Lucas 7, 31 – 34).

Mikel Viana, en el artículo mencionado, cita al Cardenal Danielou, observador privilegiado de la Iglesia a mitad del siglo XX: “(...) el problema esencial estriba, pues, hoy no ya en los obstáculos que la Iglesia puede hallar en el exterior, sino en las amenazas que minan por dentro”.

Hasta el día de hoy, el Vaticano II, el acontecimiento eclesial más significativo del siglo XX sigue siendo motivo de tropiezo para hermanos católicos. También entonces, en los días posteriores a su anuncio, Juan XXIII tuvo que pellizcar a la Curia romana para sacarla de su inmovilismo. Cuando sus funcionarios prepararon esquemas, recocinaron en salsa del Concilio Vaticano I textos y posturas a la defensiva e intransigentes. Rehusaban dialogar. Seguían respondiendo a preguntas que nadie se hacía. Los padres conciliares, con ojos abiertos, rechazaron las comisiones plagadas de bocinas de la Curia.

Se habían abierto las ventanas y la Iglesia se “aggiornaba”, se actualizaba. Miraba benévolamente al mundo moderno. Compartía solidariamente los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo (GS 1). La condición de bautizados en la Trinidad definía con más carácter que las diferentes funciones eclesiales. La Iglesia no quería defender unos estados, ni unos privilegios, sino llevar el mensaje de salvación a toda la humanidad.

Una vez más, la Iglesia invitaba a todos a la escucha de La Palabra y pedía a todos los institutos religiosos que se interrogaran acerca de su fidelidad a su carisma originario.

La Congregación que elegiría al sucesor de Janssens debía también tomar en serio los planteamientos del Vaticano II. Los jesuitas planearon dos sesiones.  

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