CONTROVERSIA
La noche aciaga del 4 de junio de 1970
II
Como prometiera, revelaré cosas inolvidables de aquella noche.
El hecho primo fue la muerte dada a un dominicano de nombre Carlos García Mendieta, abogado, que servía funciones al servicio del gobierno de Duvalier, con quien sostenía relaciones personales, a su decir, muy estrechas.
Lo había conocido en el año ´67, estando detenido en el Penal de La Victoria, bajo prevención de delito aduanero siendo ya un funcionario de mucho nivel en el Consulado de Puerto Príncipe.
Me habló brevemente, en aquella oportunidad, de su amistad con el líder popular más joven del partido de oposición y cómo éste lo había salvado aquí en el 1965, logrando salir para Haití, donde se relacionó tanto con el Poder como para ser nombrado en esas funciones. Adujo “que era inocente” y “sólo se trataba de una maldad de militares, que eran los verdaderos responsables”.
Lo oí pacientemente, luego de haber terminado la entrevista con mi cliente y no volví a saber de él hasta tres años después, precisamente el 4 de junio de 1970, cuya noche resultara tan aciaga.
Había ido al hotel donde estábamos a procurar un libro que había escrito un amigo suyo y le enviaba un ejemplar con uno de la comitiva que me acompañaba. Allí se mostró atento con el grupo formado por los dos Contadores Públicos que me fueron a apoyar ante los reclamos de cobro del Banco y un amigo de ellos, Diputado de Elías Piña, que según me parece fue el que llevara el libro a que me refiero.
Nos invitó a conocer su familia y allí nos mostró una pistola PPK obsequiada por Duvalier, así como una esquela con la que le enviaba una medicina para la gripe que comenzaba con el cariñoso trato de “mon fil”, es decir, “mi hijo”. Nos quiso demostrar porqué desempeñaba funciones sensitivas en el cuerpo de apoyo de aquel legendario Dictador.
El hombre era amistoso y risueño. Eso sí, cuando uno de los del grupo le preguntó qué había sido de Jhonny Abbes, lo mandó a callar con esta respuesta: “Cállese!, cállese!, si usted lo ve, diga que le salió. Aquí todo es secreto y peligroso. Boca cerrada, entienda.”
En la prima noche, mientras departíamos en un restaurant abierto, después de habernos mostrarnos el solar que le había regalado su jefe político en una avenida importante de Puerto Príncipe, llegó a la mesa un hombre corpulento que le dijo algo al oído y, de repente, el occiso le dio una trompada que le derribara, no sin reaccionar al caer disparándole tres veces, dos que le alcanzaron y le produjeron la muerte al día siguiente, y el tercero, que vino a parar en mi vientre siendo yo totalmente ajeno a toda disputa.
Entonces, obraron los milagros para mí: Al caer, fui llevado por los consternados compañeros de viaje y comenzó el calvario de mi muerte posible en la Emergencia del Canape Du Vert, la clínica del Dictador, que era el único que podía dar aprobación a la intervención quirúrgica.
Apareció el ángel de mi salvación, un Embajador dominicano sereno y enérgico, amigo entrañable, que al saber del suceso se puso en movimiento.
Según he dicho, llamó al Canciller Chalmer y fue vano el primer intento de despertar al Presidente; pero Pedro Casals Pastoriza no se rindió y contactó al cardiólogo del Jefe absoluto, previniéndole “del desastre de que pudiera morir sin atención médica alguien que era una especie de hijo político del Presidente Balaguer.”; “que había ido en misión ante un Banco del Poder”, y “que no olvidara la trama reciente y sus implicaciones.” Le hizo sentir consecuencias posibles de un trastorno entre gobiernos.
Pedro se creció con firmeza y pudo salvarme, cual si fuera mi ángel.
Mientras estuve en la clínica relataba algunos rasgos del complot, por lo que nos había advertido aquella mañana “que era muy peligroso el momento”. Contaba que el occiso, al día siguiente, en voz casi inaudible le decía: “Después le cuento, Embajador; esto es muy grave.” La habitación llena de militares y paramilitares, esperando su muerte.
Comprendió el Embajador que el militar retirado que disparara, un Capitán, pareció llevar la provocación que detonó el desastre. Días después, Pedro me dio la noticia de que el cadáver del abogado caído se envió en avión expreso para ser sepultado en San Juan de la Maguana, más el regalo de una suma de dólares a la madre, que era del aprecio del Dictador.
Pedro me decía: “Lo del Banco salvó a Sajous y a Malebranche”, pero, el primero era esposo de una compañera en la facultad de Medicina del doctor Duvalier y “la única que podía salir de Haití, entre los médicos, sin prestar una fianza de diez mil dólares.”
Luego de mi regreso, me hizo saber algo que ya me habían contado aquí: El Capitán asesino, un día después de mi regreso, fue ejecutado.
Total, como buen cristiano, le hice a la Virgen promesa de dos años sin beber un trago, para evitar la exposición a ambientes de riesgos. Llevo 53 años sin hacerlo. Mi actuación de la mañana, salvando dos vidas ante un Banco compulsivo y autoritario, en medio de circunstancias terribles de aquella sociedad, tan oprimida, quizás tuvo que ver con el milagro.
Sociedad misteriosa, que se mata a su Presidente y no llega a saberse plenamente quién lo tramara.