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SIN PAÑOS TIBIOS

No llores por mí Argentina

 Argentina es un país inmensamente rico y absurdamente pobre, que fue uno de los más prósperos del hemisferio y hoy se ve reflejado en el espejo la miseria y la derrota. Desde hace décadas su economía está en deterioro constante, y hoy día, casi un 40% de su población vive en la pobreza y la inflación ronda 140%. Aun así, si se puede estar mal, Argentina apuesta siempre por lo peor, y lo político no es una excepción. 

Este domingo 22 el país elegirá su presidente y las opciones electorales reflejan la situación económica del país, y cómo se percibe este hacia el futuro. 

Javier Milei va de puntero, quizás no logre el 45% de los votos para pasar en primera vuelta, ni mucho menos el 40% —con brecha del 10% sobre el segundo— para alzarse con el triunfo, pero ahí está, contra todo pronóstico. Más que a Weber o Bobbio, habría que acudir a García Márquez para clasificarlo, las ciencias políticas son insuficientes, hace falta realismo mágico para intentar describirlo. 

El establishment se dedicó a ningunearlo y minimizarlo y él se dedicó a ignorar y despreciar al establishment. Supo capitalizar la inconformidad, la rabia y la frustración de una población educada que sabe que viven como pobres en un país inmensamente rico, e identificó a un colectivo como culpable (esa maniobra es infalible): el enemigo es “la casta”, el sistema completo; los políticos de todos los partidos, colores y generaciones; todos, sin excepción, son los culpables de la debacle económica, y él, el redentor, el mesías que los redimirá a golpe de promesas imposibles y arrebatos fascistas mezclados con quimeras libertarias delirantes... pero el discurso prendió, y vaya que si prendió. 

Massa, ministro de economía del gobierno y candidato oficialista, lucha contra sí mismo, y Bullrich, ni si quiera sabe cómo llegó al tercer lugar. Ahora el país tiene que elegir entre lo peor y lo terrible y probablemente escoja lo último. 

Puede que haya segunda vuelta en noviembre y habrá que ver entonces, pero, mientras tanto, los indicadores vuelven a mostrarnos que Argentina no se cansa de tocar fondo y que cuando lo hace, siempre encuentra nuevas posibilidades de seguir descendiendo. 

Nos queda no sólo ver en la distancia y con espanto lo que allí pasa, sino también entender que Milei es consecuencia y no causa. Que la concepción patrimonialista del Estado por parte de la élite política y empresarial argentina fue generando escenarios de exclusión y desigualdad estructural que desembocaron en hartazgo ciudadano y frustración, caldo de cultivo para populismos, extremismos y facinerosos. 

En ese espejo nadie quiere verse reflejado, pero toca mirarse para arreglarse a tiempo, para evitar que se nos cuele otro “peluca”.