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SIN PAÑOS TIBIOS

¿Hasta cuándo el dengue?

Sin importar las razones o causas, parece que vivimos una época de modificación de los patrones climatológicos.

Con los ciclos redefiniéndose, no quedan certidumbres y parecería que lo único cierto es que los mosquitos se adaptan más rápidamente que nosotros, a pesar de que año tras año uno se pregunta si es que el Estado padece amnesia.

Se sabe que en los meses de lluvia se incrementan los casos de dengue, de la misma forma que se sabe que las campañas educativas y de fumigación son indispensables para enfrentarlo; por esa razón no se explica el actual brote, ni mucho menos la actitud de las autoridades sanitarias.

Con todas las advertencias y quejas del Colegio Médico, los más de 10,500 casos sospechosos y 1,200 detectados, ninguna medida es suficiente.

¿Cuántos dominicanos han muerto por dengue?, ¿cuántos niños inocentes no verán el amanecer de mañana?

Lo que duele es el absurdo; lo que indigna es que se sabe la razón, el origen y la causa, pero se percibe que no se actúa y se comunica lo suficiente; se sabe que las campañas deben ser activas y preventivas —no reactivas—, sin embargo, no se sienten.

Con suficiente certeza se puede predecir la hoja de ruta del dengue en un calendario, sus picos y valles, entonces ¿por qué actuar a último minuto?

Aunque el mosquito no discrimina al momento de picar, el hacinamiento y las condiciones de salubridad que se viven en los barrios y cañadas hacen que los más pobres sean los más vulnerables; la pobreza los condena de antemano.

En un país donde se importan más de tres millones de neumáticos al año y se producen más de dos millones de unidades de foam todos los días, el mosquito tiene millones de opciones en dónde desovar y reproducirse para dar inicio al funesto ciclo de las enfermedades que transmite, y, sin embargo, brillan por su ausencia campañas informativas u operativos de fumigación, remoción y eliminación de reservorios.

Uno siente que estas muertes pudieron haberse evitado, y quizás todas no, pero algunas si, y de eso se trata; de que el Estado asuma con sensibilidad y empatía los desafíos cíclicos que se sabe de antemano que se tienen por delante.

Politizar el dengue no es correcto, pero advertir y señalar el mal manejo que se hace es una obligación, sin que lo segundo implique lo primero, todo lo contrario.

Más que celebrar que nos acercamos al fin del brote, deberíamos desde ya ir pensando en cómo abordar preventivamente el siguiente, el que sabremos que vendrá.