SIN PAÑOS TIBIOS
Los jóvenes que son viejos
Era hermoso creer que un mundo mejor era posible. Aquellos primeros años de adultez eran donde se definían compromisos y se asumían las causas. Algún político checo dijo una vez que había que desconfiar de quienes no fueron de izquierdas en su juventud ni de derechas en su adultez. Cuando lo leí —allá por 1992, si mal no recuerdo— el muro llevaba tres años abajo y la Unión Soviética unos meses, aunque a mí me daba igual, pues nunca fui de izquierdas, si serlo implicaba, así sea de la manera más sutil, un cuestionamiento o condicionamiento a la propiedad privada, piedra fundamental del orden occidental, en la que creo.
Aun así, no había que ser de izquierdas —ni mucho menos comunista— para querer cambiar el mundo, esa primera edad era el momento donde cuestionábamos todo; donde cada quien asumía que tenía la obligación de mejorarlo como mejor entendía, porque era difícil aceptar que las cosas estaban bien como estaban y que no había necesidad de hacer nada al respecto, y, precisamente por eso, era el momento perfecto para caer en las trampas ideológicas que tendían quienes mecían la cuna en las sombras.
Las ideologías estaban para intentar explicar el mundo desde una particular visión, y se asumían o se rechazaban, pero, sin importar el camino que se elegía, se aceptaban los postulados como decodificadores válidos del mundo en que se vivía, y también como motores de cambio; una especie de brújula que impedía perder el norte, a pesar de qué tan oscuro pudiera estar el camino.
Apagado el fuego ideológico, la sociedad se entregó por completo a una orgía consumista en donde tener era más importante que ser; y ahora, con la hiper exposición en redes sociales, el parecer (que es una especie de “tener” inorgánico, sin efectivo) los deja atrás a ambos, pues la inmediatez de la imagen expuesta en las redes sociales anula su procesamiento y asimilación, al ser sustituida por otra en breve tiempo.
Sin referentes ideológicos, muchos jóvenes sólo aspiran a acceder en el menor tiempo posible a los símbolos materiales del éxito que detentan quienes dirigen la sociedad o son sus referentes. La dinámica ya no es cambiar o mejorar la sociedad, el objetivo es poder consumir en cantidad y calidad —igual o superior—, lo que tienen las élites, y en el menor tiempo posible.
El bucle del consumismo está asegurado, el sistema de producción en masa está incuestionado, aunque en términos de sostenibilidad sea necesario agotar todos los recursos del planeta para mantenerlo... pero eso será un problema de mañana, así que no hay por qué preocuparse.