En salud, arte y sociedad

Los lenguajes del viento, del amor y de los días

La existencia desciende como un mazazo cotidiano, imprevisible e inevitable; pronunciando el lenguaje limpio de los días. Llena de luz, paciente y plena; sin recipiente, ámbito o límite que la contenga más que tú. Sin culpa ni pecado original. Para lo que siempre ha sido. ¿Algo puede ponerle fin? Su inicio, ¿acaso es posible, evitable o poseído?

Ella se articula en los designios, arrastrando lenguas de océanos, en sales de saltarines brillos cristalinos. Lienzos blancos la preceden y quiosco se cree. Entonces ofrece en venta trozos de vientos, columnas aéreas, dinteles inasibles, pórticos, gineceos y santuarios; extensiones de dimensiones apoyadas sobre nada, lejos de ella misma, en fin. Colmada de sentido, carece de identidad. Corporiza en la arquitectura fugaz de los instantes desvanecidos en el circular perpetuo de ruecas infinitas y sin destino conocido a las que su carro se ata indolente y sin chofer. Generalmente no posee rostro definido. Movilidad, sí; vocación persistente de copar todo y sustituirlo; dejar algo existente diferente de si. También de esfumarse en vapores, desaparecer. Sobrevuela palmeras, cae sin pudor entre frases y miradas impronunciables. Plena de densidad, oquedad completa y confusa, fluyendo constante, eterna petrificación.

Anda pronunciándose en lenguaje de aves. Desconozco el sortilegio que la trae hasta mí. Me envuelven sus soplidos calurosos. Susurra “Estoy, existo en ti”. La veo correr hacia las palmeras, en el almendro caído y sin piel. Esta tarde reside al pie del árbol y el muchacho la toma y martilla para ganar ese trozo de placer que su rostro dibuja con labios extendidos y las ramas, danzando lentas y persistentes. La vecina, no. Ella se consume parloteando; la cocinera cocinando y el esperanzador, esperanzando.

Pero la existencia anda entre hechos. Su lengua carece de lenguajes. No se construyen, en ella, las palabras: esos edificios vanos a las auto complacencias. Más eternidad hay en la verdad y el canto de las aves, el martillar que forja sillas, efigies, espacios sepulcrales, inicios, caminos y destinos concluidos. En sus musgos húmedos ovan y crecen coloridas las flores: ofrendas al oficio que realizan las abejas. A lo que es para ser transformado; a lo que flota, a lo que cae, a lo que desde el Estagirita irrumpe en los montes para cuajar en las funciones papilares: decimos amor como miel, gotas de la vida estallando y sonrientes.

La existencia cree que se aposenta en los espacio únicos que definen el primero y último alientos. A diferencia de estos, los suyos no son de 12 a 60 respiraciones por minuto. Ciertamente, ignora todo sobre respiraciones y medicinas. Cuando exhalas el último aliento ella inhala el primero, lo regala a alguna golondrina y te dice existo, nada puede contra ella. Su vocación es morir para continuar. Muriendo ova. Naciendo jamás muere.

El suyo es el lenguaje de la vida. La siento cantándose a sí misma; bajo, sobre o alrededor de cielos, con o sin nubes; con o sin sonidos. Conocida o desconocida. Es rumor de personas, camareras, los cafés del día, los huéspedes de la vida y tus ojos reclamando palabras a las plenitudes.

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