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POLÍTICA Y CULTURA

El apoyo al presidente Abinader, ¡sin remilgos!

Decía el apóstol José Martí, que era la hora de los hornos y sólo debía de verse la luz. Se refería Martí a ese instante en el cual el interés supremo de la Patria, su necesidad fehaciente de existir consagrada en procesos compulsivos de sacrificios inenarrables, produjo la formación de los elementos constitutivos de la nación que para él, era la consagración de la independencia de su Patria contra el colonialismo que la oprimía. En violación flagrante de toda noción del Derecho de naciones y los ángulos limítrofes de un país, una morralla anárquica y disoluta del vecino Haití, sin el amparo institucional del propio Estado, proliferado en una versión pandillista sin categoría social organizada, paralela a sus propias instancias de Estado, violentando normas y principios, decide desviar el curso de un rio, represarlo arbitrariamente, sin consulta previa y violando normas en una accion bellaca, propia de la conjunción primaria de una gradación de salvajismo atávico. Haití requiere el afianzamiento de sus condiciones sociales y humanas de convivencia con nuestro país. Independientemente de viejos agravios y del hecho insólito de que, nuestra independencia no se produjo en 1844 contra la potencia colonialista de la época, frente a la cual, lucharon denodadamente los pueblos del continente, porque fuimos una excepción americana, contingencia única contra el vecino, que argumentó el concepto de la “única e indivisible” bajo la férula de un poder absoluto. Y aunque Núñez de Cáceres al proclamar la Independencia buscó la ayuda de Bolívar, el vicepresidente, José Antonio Páez, no aceptó, debido a que se encontraba Bolívar combatiendo en Ecuador, y no podía traicionar al gobierno haitiano, ya que este le ayudó durante su exilio. Pero los elementos culturales esenciales habían forjado la identidad primaria conducente a la estratificación de valores y al perfil propio de nuestra propia identidad que se abrió paso victoriosa en varias batallas donde el espíritu nacional nos elevó a la categoría de nación, y que posteriormente volvió a emerger frente a la traiciones de falsos patriotas vendidos al oro y a la vanidad de los oropeles de la Corona española de la época, apagando la luz del machete redentor para ostentar vanidades de almas roñosas. Ese es el pecado imperdonable del General Santana, donde sus víctimas que allí reposan, lo expulsaran un día del Panteón Nacional en una salmuera onírica de desagravio y justicia.

El Presidente Luis Abinader en una conjunción de equilibrio, sensatez y evidente sentido de consulta acorde con los cánones de los organismos internacionales, decidió cerrar provisionalmente la frontera que nos separa de Haití y lo hizo con sentido disuasivo, como una llamada de alerta ante una agresión insólita, producida con ausencia absoluta de autoridad en el marco de las relaciones bilaterales. No se trató de parte del Estado dominicano de una declaración de guerra, sino de una reacción del país ante una accion de constreñimiento ajena a todo reparo o comunicación civilizada. El Presidente Abinader entrelazando en los organismos internacionales la exposición civilizada de principios jurídicos apegados a la paz y el respeto mutuo, ha puesto en alto la dignidad de la Patria. Negarle el beneplácito de su accionar es una debilidad congénita de las mediocridades políticas. Es hora compulsiva de Patria y dignidad para rehacer la convivencia de los pueblos.