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El perro de los taínos

Cuando los colonizadores llegaron a la isla llamada Española en 1492 encontraron entre sus habitantes un perro un poco distinto a los que trajeron en sus embarcaciones. Este perro, Aon, o Alco, como le llamaban los taínos, tenía la particularidad de que no ladraba, era mudo.

Era de tamaño mediano y tenía diversos colores, pero sus características distintivas eran: ojos pequeños, hocico alargado, las orejas cortas, puntiagudas y levantadas, con “un aire de lobillos”, y un áspero pelaje.

La reputada paleozoóloga estadounidense Barbara Lawrence Schevill, conocida por sus estudios de los animales extintos encontró restos de Aon en varias islas de las Antillas como la Española, Martinica, Puerto Rico, Cuba, Jamaica, Santa Lucía, Barbados y Granada.

Los trabajos de Lawrence, auspiciados por la Universidad de Harvard, se basaban principalmente en la anatomía comparada, la morfología funcional y la taxonomía, permitiendo la reconstrucción de ecosistemas antiguos y de la evolución de la vida en el planeta.

Los perros mudos, de acuerdo a esas pruebas paleontológicas, llegaron a la isla 300 años antes de Cristo con los igneri, aborígenes que salieron de la ribera del río Orinoco y poblaron el Caribe, quienes los utilizaban para cazar animales como la jutía y la iguana.

Estos canes andaban realengos y en jaurías en los yucayeques o poblados taínos y cuidaban los conucos. Aunque vieran a extraños o los golpearan no ladraban, solo gruñían y aullaban, pero si mordían.

Los taínos enterraban a sus perros cuando morían y los representaban en las imágenes talladas en piedras. El rastro arqueológico devela que tuvieron importancia mitológica.

Según las investigaciones del arqueólogo boricua Miguel Rodríguez, rector del Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, “ese perro era un cazador, ayudaba a cazar jutías, rastreaba la presa, era guardia de las aldeas y tenía un simbolismo mágico, lo representaban en figuras religiosas, como pictografías y vasijas”.

Los primeros igneri dibujaban lo que veían a su alrededor: murciélagos, tortugas, ranas y perros, muchos de los aparecen representados en la Cueva de Pomier, en República Dominicana, de acuerdo a los hallazgos del antropólogo dominicano Abelardo Jiménez Lambertus.

El arqueólogo Fernando Morbán Laucer en su trabajo “Fauna extinguida de la Española”, hace referencia a la desaparición de algunos animales en nuestra isla, entre los que se encontraba el perro mudo.

Los perros que trajeron los españoles eran más grandes y se sospecha que los canes taínos y españoles se aparearon. Los aones desaparecieron porque se mezclaron con los perros europeos.

Por su parte, el antropólogo dominicano Renato Rímoli reportó el hallazgo de dientes caninos en un sitio arqueológico taíno en una cueva en Cabo San Rafael, provincia de La Altagracia, al sureste del país.

Asimismo, en un estudio que se hizo en los perros satos o mestizos se encontraron rasgos genéticos de los aones, por lo que sabemos que, aunque ya no exista el perro mudo, su legado sobrevive al día de hoy.

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