Mèsi, Bondye

Avatar del Indhira Suero Acosta

El día que casi deportan a Jean Joseph hacia Haití, fue el mismo en que le entregaron 50,000 pesos de un rayadito que jugó y ganó en una banca de lotería.

¡Tremendo palé! ¡50,000 pesos para él!, que en una jornada solo ganaba 500 pesos pegando blocks en una construcción y haciendo todo lo que le pidiera el maestro de la obra.

Desde antes que ganara el premio, nuestro protagonista tenía pensado qué haría con el dinero. Enviaría 45,000 a su mamá en Crois-des-Bouquets. Esa cantidad serviría para que pudiera salir de ahí e irse a vivir a otro lugar. Su manman querida. ¡Al fin estaría tranquila!, lejos de las pandillas, el fuego cruzado y los secuestros.

Jean se quedaría con 5,000 por si en algún momento lo paraban los agentes de Migración, del Ejército o de la Policía Nacional. A ellos generalmente se les calmaba con un par de pesos, sin hablar mucho, solo mojarle las manos.

Queridos negritos, cuando el haitiano alcanzó a ver a los agentes todavía tenía los 50,000 en una fundita que llevaba en los bolsillos. Andaba con ellos encima porque no tenía un sitio fijo para dormir. Sus únicas pertenencias eran una plana de albañíl y unas botas viejas.

¡Moreno, ven acá!, le voceó un agente que parecía que tenía más hambre que él.

Jean tragó en seco. Solo pensó en su dinero. En su manman comiendo galletas de barro en Crois-des-Bouquets. Bonbon tè. Todavía Jean recordaba su fuerte sabor y la boca seca después de comerlas. Tan secas como un desierto. Como los bosques de Ayiti. ¿Tendría hambre su manman?

“Date algo, moreno, pa’ no subirte a la camiona”, le dijo uno de los guardias que, con desprecio, se limpiaba la arena y el cemento de las botas. Nuestro Jean respiró hondo. Justo cuando iba a abrir la boca para pedir que no lo subieran a la camiona se escuchó un gran ruido. Uno de los vecinos atrapó a un ladrón robando en su colmado y disparó dos veces al aire. Se armó un gran lío. Todo el mundo corrió hacía el lugar de los hechos. Los agentes también.

El haitiano aprovechó y se escapó. En sus manos llevaba la plana de albañíl.

¡Mèsi, Bondye!, solo atinó a pronunciar en voz baja y con los ojos llorosos mientras dejaba atrás una de sus botas cuál si fuera la Cenicienta.

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