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Tribuna del Atlántico

San Cristóbal, las lecciones y el costo de una tragedia

De pequeño, a mi hijo menor, Isaías, le gustaban mucho los carros de bomberos, inevitablemente, tenían que estar en su lista para Santa o el niño Jesús.

Yo solía entonces cantarle, con mi mala voz y no pocas veces desafinado, Bombero yo quiero ser bombero, el tema de Alberto Cortez, que exalta esa labor que, en países como el nuestro, es una de las actividades que reflejan la quintaesencia de la vocación y el sacrificio.

La tragedia horrible de San Cristóbal, nos ha traído, las historias del coraje y la dedicación de los bomberos de esa localidad y zonas aledañas, que han dedicado horas y horas a contener un incendio de proporciones bíblicas, y a tratar de salvar vidas.

Sobresale un equipo de mujeres jóvenes, bomberas, ¿es correcto el término en esta época de lenguaje inclusivo y demás? Testimonio vivo de la capacidad de entrega de tanta gente buena de este país.

Es en estos momentos y con estos testimonios de héroes de carne y hueso, de vecinos y amigos, cuando uno vuelve a preguntar, ¿cuánto gana un bombero? ¿Qué beneficios recibe? ¿Qué tanto valoramos su entrega y los riesgos de su labor?

La cruda realidad de esta tragedia, la muerte de 32 personas y 59 heridos no hace mas que poner en evidencia, la carencia de los bomberos y de los organismos de socorro, algo de lo que mucho se ha hablado en estos días.

No deberíamos esperar las tragedias para poner en primer plano la labor de quienes dan este servicio, ahora que, el inminente paso de la tormenta Franklin, nos pone de frente a las necesidades de estos organismos, que han mejorado su equipamiento y la capacidad de sus miembros en los últimos años, pero que requieren un apoyo adicional de toda la sociedad, modernizar su equipamiento y sobre todo salarios dignos, conforme a la magnitud de su sacrificio.

Lo otra gran lección, que debería darnos un hecho de estas dimensiones es la necesidad de acciones preventivas, ante la existencia de lugares con instalaciones de gas inadecuadas, instalaciones de manejo de equipos y sustancias químicas, sin la debida certificación y ni que decir, de lugares en donde, como se ha dicho, se trabaje con llenado de cartuchos o de cualquier otra sustancia inflamable.

La sociedad dominicana debe reclamar, exigir más bien, una investigación exhaustiva, rigurosa e imparcial, que determine responsabilidades, que establezca las violaciones que puedan haberse dado a las normas de seguridad.

Pero sobre todo se requiere una revisión rigurosa y establecimiento de responsabilidades de parte de la instancias públicas que deben velar porque en esos lugares se cumplan las normas mínimas de seguridad.

No hacemos nada con enjuiciar a las empresas que puedan ser penalmente responsables de la ocurrencia de esta desgracia, si no determinamos si, el Ministerio de Industria y Comercio, el propio Cuerpo de Bomberos y el Ayuntamiento de San Cristóbal, el Ministerio de Obras Públicas, o cualquier otra instancia con responsabilidad en la operación de este tipo de establecimientos, actuó con negligencia, porque también tiene que haber sanción, aunque sea moral, allí donde no se cumplen las normas de instalación y seguridad en empresas que manejan sustancias que representan un peligro para la población.

Los terribles acontecimientos de San Cristóbal, dolorosos como son, tienen que enseñarnos de una vez y por todas a ser mejores, a dar mejores condiciones a los bomberos y sobre todo a hacer cumplir las normas de seguridad, para las empresas y para las instancias públicas.

Treinta y dos almas, es un precio demasiado alto, para que no aprendamos las lecciones dolorosas de esta tragedia.

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