Amigos en Guyana

En días recientes el gobierno dominicano anunció la firma de acuerdos oficiales con la República de Guyana para “construir una refinería, explotar un bloque de petróleo, establecer una planta petroquímica y trabajar conjuntamente en producción agrícola”. Según las informaciones oficiales, estos acuerdos buscan garantizar la seguridad alimentaria y energética del país y de la región latinoamericana. Dado que en el desarrollo de estos acuerdos se estarían usando recursos públicos, dígase dinero que todos pagamos diariamente en impuestos, es bueno y saludable para la democracia hacernos la pregunta de si estos son mecanismos correctos para la mejora de la calidad de vida de los dominicanos.

En el tema agropecuario, la República Dominicana necesita de varios cereales como el maíz, soya y sorgo para la alimentación del ganado y para la elaboración de ciertos alimentos, y hasta el momento no hemos podido producir en nuestro territorio esos cereales a un nivel que nos lleve a la autosuficiencia. Ante esta realidad, funcionarios del gobierno han expuesto la imposibilidad de sembrar en el campo dominicano los millones de tareas de maíz y soya que se requeriría, mientras que en Guyana las condiciones de la tierra parecen ser más favorables. No discutiré las buenas o malas condiciones del campo dominicano o guyanés para la siembra de estos cereales, pues ese es un tema de los expertos agrícolas, pero si discutiré la propuesta de solución desde el punto de vista económico.

En primer lugar, es normal que los países requieran muchos insumos que no pueden producir en su propio territorio. En el caso dominicano, necesitamos petróleo para la gasolina, carbón y gas natural para generar electricidad, hilo y tela para las zonas francas de manufactura textil, fertilizantes para la producción agrícola, y también nos hacen falta los cereales previamente mencionados. Lejos de sentirnos mal ante esta realidad, tenemos que saber que históricamente eso les ha pasado a todos los países del mundo, y que desde hace más de dos mil años la respuesta ha sido el comercio internacional.

A modo de ejemplo, la República Dominicana necesita carbón para sus plantas generadoras, por eso importa carbón desde Colombia, no decide ir a Colombia a pedirle a los colombianos que nos dejen explotar su carbón. La República Dominicana también necesita cereales, por eso lleva décadas importando cereales desde Brasil, Argentina, Estados Unidos y Canadá, pero nunca ha pensado ir al territorio canadiense o brasileño a producir desde allá, porque para eso está el mercado internacional de los cereales. De igual inversa, los suizos necesitan el cacao dominicano para producir su famoso chocolate, por eso les compran cacao a los productores dominicanos en el mercado internacional del cacao, nunca han venido a decir “vamos a hacerlo juntos”.

Y es que el comercio internacional ha sido la solución al problema de que “ningún país produce todo lo que necesita” desde hace más de dos mil años cuando la “ruta de la Seda” permitió a los europeos importar seda desde China y luego especias desde “las Indias”. En términos históricos, el esquema de comercio internacional solo fue parcialmente sustituido por el modelo colonizador de los siglos XV y XVI ante la imposibilidad de comercio con Asia por la toma de Constantinopla.

Cuando el gobierno dominicano decide ir a sembrar la tierra de Guyana y a explotar su petróleo, uno se pregunta si es que acaso vamos a iniciar un modelo de “colonización amistosa” con mecanismos más propios del siglo XV que del presente.

Una posible observación sería que necesitamos garantizar el suministro de cereales ante eventos extremos como una tercera guerra mundial o una epidemia más fuerte que el COVID. En ese caso, la solución es la compra de futuros en el mercado internacional, lo cual permite desde hoy comprar todos los cereales que vamos a necesitar en los próximos años a un precio fijo.

En pocas palabras, el comercio internacional no puede ni debe ser sustituido por un esquema colonizador de producción en tierras extranjeras, porque es más riesgoso, costoso e ineficiente.

Otro aspecto para evaluar es el uso de recursos del Estado dominicano en el alquiler de terreno en Guyana para que empresarios privados produzcan cereales en una especie de participación como co-inversionista de la inversión agrícola. En materia económica, los gobiernos no utilizan dinero del público para lograr rentabilidad con socios del sector privado, pues los gobiernos no buscan rentabilidad sino bienestar social, por eso solo participan en la actividad productiva para corregir fallas del mercado, dígase asegurando los derechos de propiedad, construyendo infraestructura, regulando los mercados, entre otros.

En términos de energía, cuando el gobierno dominicano anuncia oficialmente que impulsará la “construcción en Guyana de una refinería de petróleo y de una petroquímica para producir urea utilizada en la producción agrícola, en las cuales la República Dominicana va a tener más de un 51 % y una posible participación del sector privado” comete exactamente el mismo error de razonamiento que en el caso agrícola, es ver a los gobiernos como co-inversionistas o como suplentes de empresarios. Pero es necesario entender que los gobiernos no son empresas, mucho menos empresas multinacionales, porque en lugar de manejar recursos de accionistas a los cuales deben dar el mayor retorno posible, los gobiernos manejan recursos públicos para generar bienestar a la población a través de servicios públicos de calidad y de corrección de fallas del mercado que faciliten la generación de empleos.

En este caso aplica hacerse la pregunta de cómo un gobierno que no ha podido concluir la construcción de decenas de escuelas que encontró avanzadas en más de un 70%, ahora plantea construir refinerías y plantas petroquímicas en el extranjero.

En conclusión, las famosas colaboraciones público-privadas son buenas e importantes, pero para corregir fallas de mercado, no para suplantar al mercado. Asimismo, los acuerdos internacionales son buenos e importantes para profundizar la globalización, no para regresar a modelos colonizadores que desde hace varios siglos perdieron vigencia.