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El declive de la universidad clásica

En el colofón de nuestro artículo anterior observamos, con suma brevedad, los atareados orígenes y la evolución de la Universidad de la tradición; en tanto que hoy intentamos decodificar su voluminoso salto hasta los vestíbulos difusos y escarpados de la postmodernidad y el buque insignia de esta, la globalización.

Es cierto que en el sur global (Latinoamérica, por ejemplo) somos muy dados a decretar entierros prematuros, sin embargo, a estas alturas de la era tecnotrónica podemos afirmar, sin temor a error o equivocación, que el modelo de universidad clásica apunta a sucumbir irremediablemente. Este periodo, más que cualquier otro de la historia, amenaza con desmoronar todo el andamiaje del pasado (educativo), todo vestigio del mundo anterior. Destruyendo modos, signos, modas, relatos, tiempos, medios, nomenclaturas y hasta lenguas que permanecieron en pie por siglos. Hoy todo parece naufragar o terminar en cualquier orilla de la red global. A veces lidiando con un sujeto postmoderno, que bien puede presentarse tan exultante de alegría como desconcertado por el hastío… No es tarea sencilla aventurarse a predecir, en unas cuantas líneas, los rumbos de una cuestión tan ensortijada, ni a establecer las extensas consecuencias de un fenómeno tan envolvente y polisémico como la globalización. Que, dicho sea, por su alcance y dimensión, ha redescubierto, erosionado o cuestionado todos los parámetros teóricos que sirvieron de apoyatura a la modernidad (educativa) y a cualquier otra fase del conocimiento.

El megaparadigma de la postmodernidad desnudó las categorías pensantes del sistema-mundo moderno. Y, por vía de consecuencia, visibilizó las indigencias epistemológicas existentes para interpretar la engorrosa realidad del presente postindustrial.

La Educación, como era de esperarse, inmersa en ese encrespado oleaje de la globalización neoliberal, no escapó de las aspas motoras de la nueva revolución técnica del mundo. Con ello, incertidumbre y confusión, por un lado, asombro y encantamiento por el otro, vuelven a marcar el escenario de la discusión académica que continúa rivalizando entre incrédulos y optimistas.

Bien que, más allá de las posiciones controvertidas y los parajes doctrinarios de cada lado, hay un hecho irrebatible: La globalización tecnológica entraña un ambicioso momento de poder planetario que ha revoloteado, cuando no echado abajo, la mayor parte de las paredes del saber humano. Y ante esta indiscutible realidad, las Instituciones de Educación Superior (IES), están obligadas a cambiar y transformarse, pues, de lo contrario, se agotarán por cansancio epistémico, o lo que es lo mismo, de pereza creativa.

Simplemente: Las universidades, se adecúan o perecerán de indigencia innovadora. Aquí sí que cabe el apotegma darwinista de: “se adaptan o se mueren”. Buena parte de las profesiones tradicionales, basadas en el diseño actual, no solo se exponen a su extinción per se, sino que, en su eventual permanencia, tendrán muy pocos nichos de utilidad real.

Dos ejemplos en nuestro país ilustran cabalmente lo planteado: En la actualidad tenemos entre 45 y 50 mil psicólogos, pero apenas ejercen unos 10 mil, y poco más de 30 mil siguen estudiando psicología (¡Solo la UASD tiene 16 mil matriculados!). En la carrera de Ciencias Jurídicas ocurre lo propio: Hay casi 80 mil abogados graduados (¿superamos a Francia?), de los cuales se mantienen en ejercicio unos 15 mil; pero cerca de 25 mil permanecen estudiando Derecho. Asombra, sin embargo, la necesidad de otros investigadores, psicopedagogos, neuropedagogos, enfermeras especializadas, profesionales y técnicos en áreas telemáticas, ciberseguridad, criminología cibernética, probática forense, genética, etc.]

Siguiendo el orden del fenómeno postmoderno, como este no presenta un patrón de comprensión homogénea, el proyecto de la Tecnología Digital (TD) crea tensión y reta cada vez al paradigma de la construcción de conocimiento. Ya ha dejado atrás al pensamiento metafísico, pulverizado cualquier pretensión de pureza ideológica, destrozado valores absolutos y erosionado el núcleo básico de lo social para dar paso a una era de supra-individualidad jamás vista. Pulverizando los grandes relatos de la historia, se auscultan nuevos y variados mundos de saberes. Algunos, virtuosamente prometedores para la ciencia, la industria, la salud, mientras que otros nos afligen con inquietante y angustiosa espera.

De hecho, la mayoría de las habilidades cognitivas estarán atadas al lumen tecnológico y a la matriz cibernética. Con todos los dilemas y riesgos que, como piensa el Maestro y filósofo Andrés Merejo, se desprenderán del “novedoso oráculo digital (inteligencia artificial) que, si bien tiene lógica y algoritmo, de momento carece de sentimientos, emociones y de intuición propias.”

Buena parte de las profesiones tradicionales, basadas en el diseño actual, no solo se exponen a su extinción per se, sino que, en su eventual permanencia, tendrán muy pocos nichos de utilidad real.

Buena parte de las profesiones tradicionales, basadas en el diseño actual, no solo se exponen a su extinción per se, sino que, en su eventual permanencia, tendrán muy pocos nichos de utilidad real.ARCHIVO/LD

Y, como si fuera poco, no se debe ignorar tampoco que este contexto universal ha empujado la mayor mercantilización de la información, de los datos y de casi todos los órdenes de lo vital (sin salvar ni la intimidad ni la privacidad), una cosificación -atonal- de la vida y los deseos, donde se enaltece, victoriosa y sin oposición, la sociedad del (turbo) consumo a la que, entre muchos otros, le pone el escalpelo Gilles Lipovetsky. Esto, sin contar que todavía las costuras del globalismo tecnológico no han terminado de puntear por completo.

Los centros de enseñanza del nivel superior deberán de comprender, pensamiento crítico en ristre, que este proceso ha dinamitado la mayoría de las herramientas conceptuales de lo moderno, reescribiendo y descubriendo otros pareceres, muchas veces a larga distancia de lo científico y filosófico, de la razón, de lo político, de la verdad. En suma, se trata de un desafío erizado, complejo y constante.

La atomización de los individuos y la fragmentación del orden social van generando una (poli) crisis de la historia, abriendo cauce al pensamiento débil (débole penseiro) que detalla Gianni Vattimo. Las necesidades de respuestas están imbricadas, o más bien impulsadas, por la red global que, por lo general, anida y encumbra a un individuo lábil y desdeñoso, ensimismado en el solipsismo de su propia cresta ego-lógica.

No hay espacio social, familiar, personal, que no haya sido alcanzado. Los sistemas educativos y las IES, compelidos, han cedido al influjo poderosísimo del embate tecno-global en todas las vertientes. Los centros de pensamiento, laboratorios de reflexión y respuesta crítica, serán las únicas instituciones confiables para auscultar las grandes virtudes que presenta el fenómeno, pero también para los enormes arrebatos de este tiempo que derrumba y borra, sin obstáculos visibles ni contendores aparentes.

Para esta ingente tarea las IES están obligadas a una renovación y actualización total, de la que nos ocuparemos en una próxima perspectiva de LIBRE-MENTE.