enfoque
Aprende o emprende: Por qué se nos hace difícil cambiar un hábito
“No somos seres destinados, somos seres habituados”
Los hábitos han sido definidos como conductas repetidas regularmente y que tienden a ocurrir inconscientemente, ya que el núcleo del hábito es la repetición.
Diversos estudios han demostrado que el 40% de las conductas que realizamos a diario no son decisiones, sino hábitos.
Esto se debe a que nuestro cerebro es un órgano inteligente. Cada comportamiento codifica en nuestro cerebro un entramado neuronal gracias a un proceso llamado neuroplasticidad. Si este recorrido neuronal es repetido sistemáticamente se fortalece y queda registrado, de manera que no tengamos que aprenderlo nuevamente.
La creación de un nuevo entramado neuronal le cuesta al cerebro mucho mayor esfuerzo. Un hábito es para el cerebro como un camino ya trazado; un mecanismo para ahorrar esfuerzo, liberar espacio mental y enfocarse en cosas nuevas.
Uno de los sistemas de aprendizaje que usa el cerebro es el mecanismo de recompensa, que está relacionado con los ganglios basales, encargados de almacenar las rutinas que se van produciendo. Estos ganglios y el córtex prefrontal -área de cerebro racional-, están interconectados y mientras uno se activa, el otro deja de funcionar en cierta medida, razón por la cual, frente a un hábito, nuestra voluntad pierde efecto o se debilita. En adición, no podemos dejar de mencionar el efecto de la liberación de la dopamina, neurotransmisor asociado al placer.
Es importante señalar que este sistema no distingue entre lo que nos conviene o no, por lo que, sin una intervención racional, podemos instalar hábitos no saludables, ya que los mismos generan una recompensa a corto plazo que los motiva a que se sigan repitiendo. James Clear en su obra “Hábitos Atómicos” señala que “No es el cumplimiento de una meta, sino la anticipación de una recompensa” lo que nos produce la necesidad de repetir determinada conducta.
Una de las teorías más difundidas sobre el tiempo necesario para crear un hábito, es la de William James, padre de la psicología moderna, planteada en su ensayo “Habit” publicado en el 1890, la cual afirma que se necesita un mínimo de 21 días para crear un hábito. Esta teoría fue reforzada por Maxwell Maltz, cirujano plástico en la década de los 50.
Esta versión ha sido debatida por otros científicos que sostienen que el tiempo puede variar según las características individuales de las personas y el método utilizado; replanteando un tiempo entre 66 a 90 días.
Por lo antes expuesto no resulta fácil cambiar un hábito. De hecho, un hábito puede debilitarse, pero aparece nuevamente ante cualquier detonante. Para reemplazarlo debemos buscar una conducta que nos motive al cambio. Aquí cobra importancia el papel de la voluntad en posponer la gratificación inmediata para conseguir la gratificación a futuro.
En resumen, los hábitos moldean nuestra identidad; por lo cual, la instalación de hábitos saludables nos ofrece la oportunidad de crear una nueva versión de quienes somos y descubrir si la misma es coherente con el YO que queremos proyectar.