Enfoque

Quién le pone el cascabel al tigre

Una vez más, los estadounidenses son presas del espectáculo del trumpismo y su habilidad para generar caos. Nuevamente el expresidente Donald Trump comparecía en una audiencia, esta vez en una corte federal en Miami, debido a los 37 cargos que le ha imputado el Departamento de Justicia. El ocultamiento de documentos clasificados que se llevó de la Casa Blanca, obstrucción a la justicia y falsos testimonios son algunos de los cargos más graves que pesan sobre él, además de los diversos frentes legales que tiene abiertos, entre los que destaca su supuesta intervención en el estado de Georgia para manipular los resultados electorales que en 2020 le dieron la victoria a Joe Biden.

Estamos hablando de un personaje que, contrariado por su derrota cuando aspiraba a la reelección, hizo todo lo que estuvo en su poder por revertir el curso de los resultados en las urnas, al extremo de incitar el ataque al Capitolio el 6 de enero de 2021 con la intención de que sus violentas huestes impidieran la certificación de Biden como presidente electo.

Es el mismo personaje que vuelve a aspirar de cara a 2024 y que, según las encuestas más recientes, se sitúa a la cabeza y muy por delante de sus rivales republicanos antes de las primarias. De hecho, lejos de perjudicarle los serios cargos por la cantidad de documentos clasificados que fueron escondidos en distintas estancias de su mansión en Mar-a-Lago, sus seguidores elevan el tono de su respaldo y hay hasta quien asegura que votaría por él, aunque acabara en la cárcel. A fin de cuentas, esa base, que será determinante a la hora de elegir al oponente de Biden, secunda las teorías de conspiración que repite el exmandatario, afirmando que es una víctima de una “caza de brujas” impulsada por la “izquierda radical” demócrata.

Este es el panorama con el que deben lidiar los candidatos republicanos que pretenden hacerse con la nominación y arrebatar el “trono” que Trump se ha asegurado, desde que en 2016 se hizo con las riendas de un partido que creyó que podría utilizar al outsider para su beneficio y luego deshacerse de quien nunca ocultó que su intención era “hacer saltar por los aires” a la tradicional clase política de Washington. Desde entonces, Trump es una necesidad incómoda (por no decir tóxica) para un partido que ha doblado el espinazo ante sus intereses personales.

De todos los que tendrán que vérselas con él en los debates que culminarán en las primarias, hasta ahora sólo el ex gobernador de Nueva Jersey, Chris Christie, se ha atrevido a atacarlo frontalmente. Christie, un político con experiencia y agallas que en su día apoyó a Trump, hoy dice a las claras que el expresidente representa “una amenaza existencial” para el país, haciendo referencia a la mentira del supuesto fraude electoral en 2020. Christie no titubea a la hora de afirmar que su hoy adversario es un “egocéntrico” al que le trae sin cuidado el pueblo estadounidense. Y lo dice a sabiendas de que tiene casi cero posibilidades de ser el nominado. Tal vez por ello se ha erigido como el kamikaze que le dirá a la cara a Trump que su “narrativa” victimista es una mera fabricación para retomar el poder a cualquier precio.

En cambio, el gobernador de Florida, Ron DeSantis, que se sitúa como el segundo favorito, pero a mucha distancia de Trump, se anda por las ramas antes que atacar abiertamente a quien fuera uno de sus principales “mentores” políticos, algo que el empresario le recuerda con evidente condescendencia. DeSantis tiene el difícil cometido de “venderse” como trumpista pero sin llevar a cuestas el bagaje y los líos judiciales del ex presidente. Hasta ahora se ha apuntado al discurso de que la imputación por los documentos clasificados forma parte de una “vendetta” de los demócratas, pero ante las evidencias que señalan a su oponente, en algún momento tendrá que dejar a un lado las ambigüedades y convencer a la base de que su modalidad “trumpista” tiene más méritos que la versión auténtica que personifica el mismísimo Trump.

En cuanto a Mike Pence, otra figura que destaca en la carrera es evidente que, si alguna vez hubo sintonía entre el exvicepresidente y el mandatario, la derrota en 2020 los enfrentó, con un Trump iracundo porque no halló en él al cómplice dispuesto a mentir sobre los resultados de las elecciones y secundarlo en la intentona golpista. Tan grande fue el desencuentro, que aquel aciago 6 de enero el todavía presidente animó a la enardecida multitud a que “ajusticiara” a Pence si lo hallaban en el Capitolio. El exvicepresidente se presenta como un hombre de orden que, al menos hasta ahora, no ha dicho que indultaría a Trump si llegara a la presidencia y ha afirmado que no puede “defender” los actos que ahora incriminan a su ex superior porque “la seguridad nacional está en juego”.

Con su habitual estilo de burlas, golpes bajos y chascarrillos, en los debates de 2016 Trump arrinconó uno por uno a sus rivales republicanos. Dentro de poco volveremos a ver lo mismo y, a medida que se suman más candidatos, habrá apuestas sobre quién se atreverá a ponerle el cascabel al tigre que nunca fingió ser un minino. Será difícil salir indemnes de tan bochornoso espectáculo.

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