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PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA

Cautelas, directrices y un extraño aliado de los jesuitas del XIX

Cuando los franceses del siglo XIX se referían a las enseñanzas romanas hablaban de doctrinas “ultramontanas”, más allá de las montañas, en este caso los Alpes.

En el siglo XIX y bien crecidito el XX, la jerarquía, la mayoría de los católicos y también los jesuitas fueron ultramontanos. La muerte de Pío VI a manos de las tropas revolucionarias francesas, la prisión de Pío VII y su triunfal regreso, las amenazas contra Gregorio XVI, la sublevación contra Pío IX, los abusos padecidos por el papa y el clero, el asesinato del secretario de Estado y la huida a Gaeta del papa disfrazado convirtieron a los romanos pontífices gloriosas figuras enaltecidas por el romanticismo y la vuelta de la religión. Además, los ferrocarriles posibilitaron las peregrinaciones a Roma y la gran prensa convirtió a los papas en personajes cercanos a las mayorías. Súmele a todo esto, que Pío IX poseía una cautivante simpatía personal. Los ultramontanos veían en el papa la pieza clave del regreso al orden del “ancien regime”. Los liberales veían en el ultramontanismo un esfuerzo por “querer restablecer una teocracia clerical”. El Diccionario Histórico de la Compañía de Jesús refiere que varios artículos de la Civiltà Cattolica propiciaron esta convicción liberal: la Compañía de Jesús era “… la fuerza motriz de este movimiento” más papista que el papa. Tanto se acusaba al papa de ser un títere jesuita que, bromeando, Pío IX comentó: -- no sería bueno definir la infalibilidad en la fiesta de San Ignacio (31 julio)--.

En ese ambiente, el General Beckx le pedía a los jesuitas, que se enfocaran en los pobres, los jóvenes y “los pecadores endurecidos.” Que no se limitasen a los buenos, ni se dejaran “absorber por el apostolado con mujeres”; que buscasen a la gente que había “perdido el contacto con la Iglesia”; que se desconfiara de los que se dedicaban a fundar nuevas congregaciones y se la pasaban repartiendo “hojas e imágenes tan numerosas como inútiles”.

A pesar de todos los virulentos ataques, la Compañía gozaba de prestigio. Cuando el filósofo positivista Auguste Comte, enemigo de todo lo sobrenatural, quiso fundar un movimiento basado en la ciencia y en bien de la humanidad, le mandó emisarios al General jesuita con vistas a una alianza (Stanford Encyclopedia of Philosophy).

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