enfoque
Derecho penal y literatura
Para aprender derecho penal es indispensable estudiar con ahínco los textos jurídicos especializados y también, aunque parezca increíble y contradictorio, es conveniente leer muchas buenas obras literarias.
Ello así, porque los escritores crean sus obras artísticas haciendo extrapolaciones poéticas de la realidad. Además, tienen una sensibilidad especial para observar los acontecimientos de la vida y para el planteamiento organizado de sus causas en una buena prosa.
Así como, la ley penal positiva debe estar gramaticalmente bien redactada para evitar ambigüedades y confusiones, los tipos penales o los delitos formulados como normativa legal, son abstracciones de la realidad, en las que el legislador castiga una conducta determinada, estableciendo que un comportamiento en particular, se considere indeseable, en tanto el mismo atenta contra un bien jurídico que la comunidad desea proteger.
Pero, lo que hace que esta temática sea tan compleja, es que antes de manifestarse externamente, los delitos se gestan en el interior del hombre, ya como una compulsión, ya como un calco indefectible de un arquetipo heredado. Seguramente por esto les resulta tan fácil a los literatos -puesto que leen el corazón humano- el adentrarse en las verdaderas razones de la conducta delictuosa como expresión dañina en el quehacer de los entes sociales.
Quién podría negar, por ejemplo, que el cuento “La siesta del martes”, de Gabriel García Márquez, contiene en unas pocas imágenes el calor sofocante que matiza un ambiente opresivo, junto a las consideraciones sociales y familiares del robo como infracción, más el drama humano que genera esa inconducta en una sociedad tradicional llena de prejuicios e ignorancia.
El laureado escritor Camilo José Cela, ha sido capaz de captar el meollo de las relaciones aberrantes a nivel familiar desde el punto de vista psicológico, en “La familia de Pascual Duarte”, y desentrañar las causas del matricidio que, como colofón macabro de la obra, presenta este abominable crimen como una liberación.
Un día explicábamos a nuestros alumnos en la universidad, que el bajo mundo de la mendicidad, sus mutilaciones, disfraces y razones, están perfectamente explicados para toda la humanidad en “El callejón de los milagros” del Premio Nobel egipcio Naguib Mahfouz, la célebre novela que ha sido llevada al cine. Igualmente aparecen en esta narración las maniobras de que se vale un proxeneta para torcerle el destino a una muchacha y perderla en el fondo de la prostitución.
Las ciencias penitenciarias deben volver al espíritu de “Los Miserables” de Víctor Hugo, para aprender que un acto de misericordia parece ser lo único capaz de sanar el corazón humano, cuando se es un reo penado que busca en su alma torva un motivo de enmienda y una razón para seguir viviendo. Todo esto inmortalizado en el gesto de Monseñor Bienvenido con el recluso fugado Jean Valjean.
Truman Capote, escribió su novela “A sangre fría”, sobre la base del testimonio que obtuvo de dos jóvenes condenados a muerte por los asesinatos de una familia de granjeros en Kansas. Y él capta, en una confidencia escalofriante de los asesinos, los motivos que los llevaron a perpetrar estos hechos, casi guiados por la fatalidad, donde se nos advierte lo peligrosos que son los ladrones cuando entran armados a una casa.
La prevaricación del Virrey Herodes babeante por el vino y el vientre sabanero de Salomé lo llevaron a cortarle la cabeza a Juan Bautista, tal y como nos lo explica magistralmente Mateo en su evangelio. Bastó que se desencadenara la lujuria ante el baile reptante de la hija de Herodías, mujer de su hermano Felipe, para que el Bautista, el último de los grandes profetas, pereciera decapitado a petición de Salomé, instigada por su madre que odiaba a Juan.
El crimen de barra y lupanar; la cuchillada fanfarrona, entre el hembraje y los tangos, la milonga con lance y pasión, fueron descritos en letras inmortales por Jorge Luis Borges, en “Hombre de la esquina rosada”, con su final inesperado y de película. Del mismo autor son los cuentos, verdaderas obras maestras, “La intrusa”, que plantea el drama de la mujer disputada por dos hermanos sometidos al peligro del cainismo y, “El evangelio según Marcos”, que narra el destino fatal de Baltasar Espinosa crucificado por el fundamentalismo bíblico de una familia completamente desarraigada e ignorante, fruto de la marginación más abyecta a consecuencia de la explotación de un latifundio ancestral.
En el diálogo del boticario empobrecido que suplió los mortíferos venenos que ocasionaron el desenlace fatal de Romeo y Julieta – en la tragedia shakesperiana—el farmacéutico, inicialmente, duda entre la ley de Mantua que castiga la venta de la sustancia tóxica… y su pobreza. Es lapidario el parlamento del boticario, que le dice a Romeo: –Mi pobreza, no mi voluntad, lo acepta.
Romeo, le responde: —Pago tu pobreza, no tu voluntad.
Macondo, el pueblo mítico de “Cien años de soledad”, tuvo sus orígenes fundacionales como consecuencia de que José Arcadio Buendía emigró con su familia, huyendo del recuerdo de la lanzada con que mató a su compadre Prudencio Aguilar en un duelo a la salida de la gallera, a raíz de que éste lo desconsiderara en público con una afirmación infamante que le hirió el honor.
El también Premio Nobel, Mario Vargas Llosa, en el relato: ¿Quién mató a Palomino Molero? Desentraña las causas de un crimen a lo interno de un recinto militar, cuando un recluta y la hija del general comandante del cuartel de los avioneros sostienen un romance, que dentro de las normas militares no escritas determinaban una muerte segura para el osado recluta. ¿Cuáles motivos impulsan a determinados seres humanos a la comisión de estos hechos castigados universalmente, pero reiterados?, ¿Qué nos lleva como sociedad a transgredir cada día más la seguridad de una convivencia pacífica propuesta para la civilización judeocristiana en “Los Diez Mandamientos”?
Lo cierto es, que el paradigma del Derecho Penal ha fracasado estrepitosamente en todo el mundo posmoderno, porque las penas propuestas como una solución para castigar a los infractores culpables, no consiguen enmendar la conducta torcida, ni disuadir futuros delincuentes. Y muy por el contrario parece que cuando castigamos es como leña que se echa al fuego.
Las razones de porqué Caín le quitó la vida a su hermano Abel, dando inicio al primer homicidio que registra la historia, están presentes actualmente con tanta vigencia como la época en que se escribió el Libro del Génesis: a) una base económica distinta que determinaba intereses contrapuestos, uno era pastor y el otro labrador; b) diferencias de fe religiosa… Caín sentía que sus ofrendas no eran recibidas con el agrado que Yahvé aceptaba las de Abel. Finalmente, c) Caín sentía envidia por su hermano.
Para concluir, nos preguntamos, ¿qué innobles impulsos se desatarían en el galeote encadenado Ginés de Pasamonte, en la obra de Cervantes, para propinarle una tremenda paliza a Don Quijote y Rocinante, en la llanura manchega, una vez el despiadado malandrín se sintió libre de los grilletes de que le había desatado Sancho?
Termina uno anhelando el ambiente de justicia a que hace alusión el profeta literato Isaías, cuando augura una paz mesiánica, auspiciada por un Rey que se ceñirá como fajín la verdad. “Entonces…” (dice el profeta) “el lobo habitará con el cordero, el puma se acostará junto al cabrito. Y un niño chiquito los pastoreará. El león comerá paja con el buey, el niño jugará en la cueva de la serpiente”.
Es un asunto de fe, querido lector... ¿Acaso lo crees?