análisis
¿Por qué falta agua en las presas del país?
Hasta finales de abril pasado, República Dominicana estuvo bajo los efectos de la escasez de lluvias, provocando una sequía hidrológica de magnitudes severas, que el presidente Luis Abinader calificó de “muy crítica”.
“Los informes que tenemos es que, en términos del nivel de las presas, están en su peor nivel (más bajo) de los últimos 40 años”, dijo el gobernante, quien de inmediato lo atribuyó “en parte, a años de deforestación”.
El Presidente tiene razón al afirmar que la situación es crítica y la peor en 40 años, pero el país debe saber que la escasez de agua no es por falta de lluvia porque en 1997, 2010-2011, en 2017 y 2019, las sequías fueron más prolongadas y los daños a la ganadería y la agricultura cuantiosos.
Las causas de la sequía hidrológica
No es lo mismo una sequía meteorológica –falta de lluvia por un período determinado– que los humanos no pueden modificar directamente, que una sequía hidrológica –falta de agua en depósitos– que es el resultado neto de una mala gestión.
La ‘capacidad nominal’ de almacenamiento agua del país, sobre los 2,300 millones de metros cúbicos, es suficiente para satisfacer la demanda de los sectores que la necesitan cada día (personas y empresas, animales, agricultores y generadores eléctricos), pero la ‘capacidad real’ es mucho menor y por demás, desconocida.
Varias circunstancias confluyen para que el país no pueda acumular agua suficiente para soportar una sequía meteorológica extrema.
La primera es que los lagos de las represas están saturados de sedimentos acumulados a lo largo de su vida sin que los gobiernos se ocupen de limpiarlos y adoptar programas destinados a evitar que se rellenen nuevamente.
Solo hay que imaginarse que una persona compre el mejor automóvil del mundo, lo ponga a trabajar diario sin cambiarle el aceite del motor, sin reemplazar los filtros de aire, combustible y lubricantes, y 40 años después se sorprenda porque ya no da más.
Eso ha pasado con las represas de las generadoras hidroeléctricas en República Dominicana.
El mantenimiento se limita a las turbinas y sistemas que permiten mantener la generación, pero el tanque de la materia prima vital –el lago donde se acumula el agua– tiene un enorme colchón de escombros metálicos, vegetales y minerales que reduce sustancialmente la capacidad de almacenamiento.
Para agravar la situación de la falta de limpieza de los lagos, el país vive la peor etapa de desprotección de bosques en las cuencas de los principales ríos, lo que ha incentivado a los nuevos depredadores a arruinar los árboles para dar paso a fincas con alto consumo de agua en terrenos que se pelan a ras.
Pondré el ejemplo que mejor conozco. El río Nizao, que nadie discute que es el mejor y más aprovechado del país desde su nacimiento en la cordillera Central hasta su desembocadura en el mar Caribe luego de recorrer 118 kilómetros.
Desde su puesta en funcionamiento el 26 de enero de 1976, la presa de Valdesia y el contraembalse Las Barías representaron un salto gigante para el aprovechamiento de las aguas del Nizao, que inicialmente irrigaba cerca de 200,000 tareas de la zona baja de San Cristóbal y Peravia, además de la generación, pero que desde 1993 también aporta más de seis metros cúbicos por segundo para el acueducto de la capital.
Veinte kilómetros aguas al norte de Valdesia está la presa de Jigüey, y en medio de ambas la de Aguacate, dedicadas a la generación eléctrica.
Son cuatro represas con capacidad para acumular tanta agua (363 millones de metros cúbicos) que con una gestión eficiente, profesional, competente y responsable, pueden garantizar el servicio a los cuatro sectores ya descritos, aunque haya sequía meteorológica.
Pero resulta que la cuenca del Nizao es una de las más agredidas y donde los depredadores han actuado con mayor impunidad, prepotencia y complicidad oficial.
En 1998 subí junto a Manuel Guerrero a la cordillera Central y estuvimos en las proximidades del nacimiento de los ríos Ocoa, Nizao y Las Cuevas –con sus afluentes– y nos alarmamos al ver cómo canalizaban con tuberías las aguas desde esas alturas hacia fincas hortícolas y frutales, limitando las escorrentías naturales que son vitales para la vida del bosque.
En esa ocasión publiqué en El Caribe un reportaje detallado con descripción y fotografías que constituían una advertencia del daño terrible que se estaba haciendo a los manantiales iniciales de estos ríos y el peligro que constituía para asegurar agua para las cuatro represas de su cuenca.
Veinticinco años después, esa cuenca alta está en serio peligro de destrucción y el caudal del río se ha reducido al equivalente de un arroyo.
Gran cantidad de arroyos y ríos tributarios del Nizao han visto destruir sus micro cuencas por finqueros que han talado el bosque para sembrar aguacate, reduciendo considerablemente la vida de los manantiales, y represando para uso particular la poca agua que antes entraba a las represas.
Desde Los Limoncillos, La Estrechura, Monte Negro, Los Quemados, Banilejo, Las Avispas, La Cienaguita, El Higuito, Los Macos, El Callejón de Nizao, Las Auyamas, Tatón, La Lagunita, Los Peña hasta Palo de Caja, donde está la presa de Jagüey, los afluentes del Nizao en lugar de bosques tienen fincas con alto consumo de agua y con eliminación de los demás árboles.
Es realidad provoca que cuando hay precipitaciones fuertes, la cuenca no retenga agua y por el contrario, los arrastres violentos sedimenten los lagos y en poco tiempo el río vuelve a languidecer porque las fuentes están expuestas a la evaporación y el suelo traga más rápido.
Soluciones
Si el presidente Abinader quiere sentar las bases para solucionar la pobre capacidad y gestión del almacenamiento del agua, debe adoptar una decisión de Estado para proteger las cuencas de los ríos desde su nacimiento hasta los lagos de las hidroeléctricas.
Asumir, además, un agresivo programa de reforestación de las cuencas altas con especies nativas de cada zona como lo sugirió el ingeniero José Luna Castellanos en el año 1944 después de explorar el nacimiento de los ríos más importantes que nacen en la cordillera Central, adonde fue enviado por instrucciones de Trujillo.
Adquirir dragas y disponer de personal técnico para asumir la limpieza de todos los lagos de las presas, lo que equivale a duplicar la capacidad de almacenamiento de hoy a la vez que se aprovechan los materiales para la construcción de obras viales y edificaciones a cargo del Estado.
Tecnificar el riego para ahorrar agua y ampliar la capacidad productiva, llevando el adiestramiento técnico a los productores para avanzar a una agricultura que aproveche los avances tecnológicos y la Inteligencia Artificial.
Esperar que llueva para turbinar agua, llevarla a los acueductos, irrigar la tierra y alimentar el ganado es muy fácil.
Proteger el bosque, reforestar cuencas altas y evitar que los finqueros de aguacate se apropien de un recurso vital para toda la sociedad, requiere la intervención de un estadista, de un líder visionario y dispuesto a poner orden en este desordenado país.