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Wessin y Wessin: el convidado de piedra de nuestra historiografía

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“Después de todo, ¿qué es la historia,

si no una fábula con la que estamos

 de acuerdo?”. Napoleón Bonaparte.

El presente trabajo no está hecho para destacar maldades, sino para reivindicar razones. Es un modo de hacer justicia a un hombre de quien la historiografía dominicana no se ha ocupado, como no sea para construirle una injusta y acomodada topografía personal, política y militar que haga contrapunto a la otra parte de la historia que, si bien también es cierta en muchos aspectos, narrarla no debería implicar desconocimiento de la nobleza ajena. Y es que, una vez los pueblos identifican al héroe que encarna sus pasiones o sus razones, identificar el antihéroe, y a veces hasta villano -con frecuencia así se lo rotula-, más que una realidad, deviene una necesidad; de ahí que, a este, a fin de que la historia deseada encuentre equilibrio y sostén, haya que elaborarle el perfil que satisfaga el casi siempre inadvertido mito que reclama toda historia creíble. En un enfoque boschiano fuera como decir: para que trascendiera un Cristo crucificado, fue necesario un Judas sacrificado.

Tampoco -como pudiera deducirse del exergo que lo encabeza- pretende este trabajo desacreditar la historia como ciencia. Dicho exergo es solo un recurso retórico-discursivo conducente a llamar la atención sobre los descuidos historiográficos, destacando la existencia de los mitos fundacionales y la necesariedad de estos para complementar la historia en lo relativo a aquellas situaciones en las que el historiador se enfrenta a lo indescifrable, ya porque, al parecer, algún eslabón no se hace manifiesto y su universo investigativo se le vuelve abstruso, ya porque su propia negligencia lo sume en el seguimiento de la rutina.

Se repite con frecuencia que “la historia la escriben los vencedores”. Y los romanos inventaron el aforismo que establece: “La causa del vencedor es agradable a los dioses, la del vencido, a Catón”. Este aforismo aludía al hecho de que, siempre que los generales regresaban vencedores de sus campañas guerreras, se solía atribuir su éxito al designio de los dioses. En cambio, a Marco Porcio Catón, que criticaba los gastos superfluos en que se incurría en las palestras y teatros para celebrar el triunfo, en una ocasión, le respondió Escipión el africano: “cuenta las victorias, no el dinero”. La historia sobre 1965, mito incluido -por la distorsión que favorecen las apariencias-, ha dejado como vencedores a quienes no lo fueron totalmente, ni entonces ni de cara a la posteridad. Eso lo demostraré en los artículos que siguen de esta serie.