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El país daría un segundo mandato a Abinader

El escribano ético declara compromiso con la verdad, su pueblo y nación. Aborda temas conflictivos: la política, sus realidades y figuraciones; propone lecturas esclarecedoras de las situaciones y coyunturas surgidas en el proceso de mantenimiento y conquista del poder.

Adopta método supra político, asumiendo otro deber: alertar riesgos y disrupciones; aportando a la gobernabilidad y gobernanza: factores esenciales, entrelazados y sobrepuestos a los demás de la vida colectiva, entre escogencias de autoridades.

Estima sus experiencias ante la corrupción y el mal agradecimiento; reniega ser bisagra y bocina del funcionariado y del poder. Dicta sus textos postmodernos sabiendo que nadie quiere compromiso o deuda, especialmente quienes piden compromisos y aportes deseados a cambio de nada.

Lo peor para las personas —según los manuales políticos— es tener que agradecer. El Poder reclama amoralidad y la supremacía que le confiere la Autoridad. Ante deudas y obligaciones, afirma el soslayo y el sobreseimiento. Lo ilustran las muertes por conflictos y adeudos: de funcionarios, vecinos y mujeres. Sus titulares colman nuestros medios de información. Ante tanto envilecimiento, el escribano entrega el olvido y el perdón.

Muchos actores políticos esperan que las frustraciones y desengaños desemboquen en venganzas electorales. La gente, sin embargo, quiere soluciones, esperanzas ciertas y paz.

En tal entorno se reitera lo afirmado: lo vigente en la cultura política nacional es consentir un segundo mandato a los gobernantes. Especialmente cuando el panorama carece de nubarrones, catástrofes, estados catatónicas y sacudimientos telúricos capaces de reencauzar esa riada.

Los niveles de intensión de voto a favor de Abinader contienen —hasta hoy— un arcano propicio: la sumatoria de posicionamientos de sus adversarios es <50%+1. De seguir así, no habría segunda vuelta y Abinader tendría su reelección.

“De seguir así” requiere gestión socialmente funcionalista de lo público, del deber ser. Trece meses es mucho tiempo en política, donde todo puede suceder un día. Se impone la previsión: Prometeo entregando la luz a los humanos.

Lo electoralmente proactivo sería: 1) un gobierno realizando los pronunciamientos del gobernante, satisfaciendo reclamos del “populus expectants” ante mejorías en su bienestar y seguridad; 2) una oposición tejiendo nuevas relaciones sociales, más realistas, que trasciendan los agotándose sectarismos/virtualidad.

Ir más allá de discursos ante los reclamos sociales. Robustecer la idoneidad y capacidades para dar, a viejos males, soluciones nuevas y eficientes. Salud más proactiva; educación más real. La competencia es: ¿a quién investir como fuente de esperanzas después de un trienio disruptivo? ¿Los reclamos sociales superarán su calidad de “Vox clamantis in deserto”? ¿El pueblo vadeará las paradojas económicas, reales: a) reduciendo circulante, disminuye la inflación y la capacidad de demanda; b) aumentar los salarios, nutre la inflación...? Para la gente —los ricos son testigos— los precios de los bienes importan poco cuando hay dinero para adquirirlos. Si Abinader buscara otro mandato, quedaría en posición central frente a sus contendientes. Su ventaja entre y frente a ellos: gobernaría cuatro años; cualquier de sus oponentes, ocho.

Estos actores políticos podrán activar alianzas de dos tipos, robustecedoras de sus gobernanzas: a) centrípeta, en los límites democráticos —50%+1—; b) centrífuga, coadyuvante de una gobernanza democracia cuasi universal. Lo barato, ¿caro saldrá?

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