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¡Necesitamos más Leonte Brea!

La inteligencia en los pretéritos del Poder absoluto y las ventiscas, caballero en ristre, era el preámbulo, (recuerdo ahora) pelambre adolescente y boina negra, estampa del decidor de nuevas clareadas deletreando cada párrafo, la memoria del temario, el pináculo de la mocedad, su tránsito hacia las lecturas de la quimera y el ensueño, esa temporada en el cielo de las utopías y de la Reina de Saba, fluyendo la agudeza alta en las antípodas entre Rubén Darío y el viejo Marx, el verso magnificente y la denuncia atroz de los engaños y la porfía. Así lo conocí. Desde entonces el trajinar fue zapata y horno donde forjó herramientas, notables admoniciones del tiempo nublado de la historia.

Leonte Brea González, psicólogo, politólogo, maestro, ensayista de fuste, deshacedor de entuertos, una de las dos o tres inteligencias más lúcidas de mi generación, desapegado de la codicia que oprime y anula. En estos días escribió unas anotaciones sobre el Amor y el Poder.

Intensa y voraz escritura para lidiar con la vaciedad y el reino de la vulgaridad que nos flagela.

Insólito universo de drones, recinto orgásmico de átomos, tragedia transida por el vacío vital. Sin embargo, por la rendija de la agudeza nos libera su inteligencia, el método, el arribo de la luz esparcida que convoca el análisis, ribera donde no llega ni por atajo lo superficial, lo instintivo epidérmico, el mundo a la deriva en que vivimos, asaltado por la turbamulta elemental, que vocifera sin sanción el agravio y la maledicencia en los medios. Ha escrito en varios marcos teóricos las reflexiones sobre los conceptos del Amor y el Poder. Me las hizo llegar como volutas del aprendizaje que se torna conciencia social y humana.

Leonte viene de muchas lecturas conducentes al estudio sistemático de la ciencia y el dominio del método. Vivimos una estación del pensamiento comparable con la confusión de lenguas del recipiente bíblico de la Torre de Babel, en medio de una imbecilidad global que conlleva el avivamiento de nuevas hogueras. Leonte nos hace en su cavilación un recorrido por los asertos del amor, nos lleva a un ejercicio teórico consignado por autores como Alberoni, que apunta que el amor es un sentimiento huidizo y enigmático, mientras Marina puntualiza que es un sentimiento contradictorio, cita a Safo que lo define como bestezuela amarga y dulce, y a Ortega que lo considera una imbecilidad transitoria, ideas subliminales y otros alegatos afines entre lo poético y lo reflexivo, hasta aludir a Rilke, aquel que en Londres hablaba con los ángeles, y dijo que el amor no era más que dos soledades compartidas.

Brea pasa a definir como científico, hombre de rigores y marcos conceptuales, que “el amor y el Poder difícilmente pueden concebirse separados, ya que con el Poder se busca no solo adquirir dinero, fama e influencia, sino también amor en su expresión de afecto, consideración, preocupación, atención y respeto, pues las personas requieren ser amadas, reconocidas, y alabadas para sentirse realizadas”. Citando a Freud en “Psicología de las Masas”, menciona que las personas no soportan una aproximación demasiada íntima con los demás, ambivalencia afectiva que requiere de la represión para hacerla desaparecer. No he resistido la tentación de graficar el pensamiento crítico icónico de Leonte, en estos tiempos del deterioro y la indigencia de la palabra.

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