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El clamor de un profeta

La célebre frase latina “vox clamantis in deserto” fue la respuesta de Juan el Bautista a quienes le preguntaron si era el Cristo, Elías o un profeta. “Soy -dijo- la voz del que clama en el desierto: enderezad las sendas del “Señor”. Ciertamente esa “vox clamantis” era la voz de un profeta, de uno “más que profeta”, según Jesús.

Juan el Bautista apareció de súbito en el desierto de Judea, contiguo a las riberas del Jordán, y predicaba el bautismo de arrepentimiento para perdón de pecados. “Arrepentíos, porque el reino de los cielos está cerca”, esto es, reconozcan y confiesen sus malos caminos y vuélvanse a Dios por medio de Cristo para perdón y salvación.

Como profeta, Juan denunció las iniquidades del pueblo y demandó un cambio en su corazón. Porque el profeta es una voz que habla en nombre de Dios, es un mensajero mandado por Dios a amonestar a quien se ha apartado del camino recto.

Hace que los idólatras vuelvan de nuevo al verdadero Dios, recuerda a los malos la caridad, a los prepotentes la misericordia, a los gobernantes la justicia, a los prevaricadores la honestidad, a los sinvergüenzas el honor, a los corruptos la virtud, a los falsificadores la rectitud, a los ladrones la honradez, a los mentirosos la verdad, en fin, a los pecadores el arrepentimiento.

El profeta es aquel que ve, con el corazón conmovido, el mal que reina hoy, el castigo que vendrá mañana y el reinado feliz que sucederá al alma arrepentida.

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