¿Traer paz o división?
La división se introduce de muchas maneras, por muchas causas, en muchos ámbitos, y sobre todo por gente prejuiciada que, inocula este tósigo, dando la impresión de que todo lo bueno que hagamos para evitar sus daños y evitar sus efectos, no dará resultado.
Encontramos, como dice Ingenieros que el “culto de las apariencias lleva a desdeñar la realidad, de tal manera, que el fingimiento y la doblez hacen perder el norte y los escrúpulos, de gente incapaz de resistir la tentación del mal”, que utiliza la vieja táctica marxista de buscar o inventarse situaciones contra la legitima autoridad para deponerla e instaurar a continuación la anarquía.
Mueve a la reflexión cuando no se tiene ningún sentido de institucionalidad, menospreciando a quienes son sus pares, tildándolos de ficticios o inexistentes, creando, por una parte, un ambiente disociador capaz de destruir y socavar instituciones, igual que en los partidos políticos; y por otra, el afán de entregar una institución en manos de los que aparentemente tengan mayores recursos económicos, que constituye una atrevida y necia propuesta que propicia la exclusión.
Conforme esta apreciación, hay que ver el verdadero sentido de la affectio societatis, que se traduce en la doctrina moderna ya no como un elemento esencial del contrato de sociedad, sino como parte del interés social, que equivale a la primacía del bien común cuando hay conflicto, manifestado en el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a los más vulnerables y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y fácil de su propia perfección.