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“Hace un millón de años” ¡Raquel Welch!

A Cuchi Elías

Los mitos emblemáticos recuperan una esencia de asombro imaginativo, aplicaciones de sensaciones que agrupan delirios y bellezas, introito veraz a la quimera, punto refulgente donde el amor es una pavesa, luz iniciática o muriente. Son recodos donde nos espera el glamour, esa ocupación perspicaz de lo sutil, mascarilla de la adolescencia, donde la clarividencia del corazón crea sus ídolos, los arquetipos de la mujer soñada, estática e infinita, inmanente a la fantasía del amor a hurtadillas.

Recuerdo vivamente mi edad temprana, correteábamos en los cinematógrafos de la época, entre “no aptas para menores de 16 o 14 años” hasta los afiches que promovían a las actrices más sugerentes, teníamos para elegir en esa posada imberbe de la imaginación. Voceábamos, “viva la imaginación” como lo harían los jóvenes del París de mayo de 1968 que apostaron a cambiar el mundo. Muchos teníamos en nuestras habitaciones desplegadas frente a la cama, los afiches paralelos del Che y de Raquel Welch, era la pureza de un sueño y la majestad de la más hermosa de las mujeres del cinemascope, trenzada como una fiera a la entrada de los teatros.

Aunque había firmado dos o tres películas, Raquel Welch se consagró como un fenómeno impactante cuando se presentó, “Hace un millón de años” El póster de la película, lanzado en 1967, con el primer plano de la actriz en un provocativo bikini, se convirtió en un culto y Welch se estableció inmediatamente como un símbolo sexual, mejorado aún más por sus apariciones en “Fathom: beautiful, intrepid and spy” (1967) de Leslie H. Martinson, su primera película como protagonista, junto a Anthony Franciosa, y “My Friend the Devil”(1967) de Stanley Donen. Era la belleza incontenible junto a su actuación formidable.

Lo primero fue buscar el afiche de “Hace un millón de años”. Se estilaba el promover los films cuando eran estrenos, y una reconocida distribuidora de películas, colocaba afiches en las salas de entrada a los cines. Por una complicidad afectiva conseguí el cartel de Raquel cuyo impacto fue ilimitado. Todavía no pensábamos entrar en la modernidad ni teníamos los recursos tecnológicos de la imagen y la multiplicidad del celuloide. Pero la imaginación paría bellezas y mitos refulgentes. Llevé a la habitación de mi casa el afiche y allí durante algunos años dormí bajo la mirada del “guerrillero heroico” y de Raquel como una maja universal de mis sentidos.

Fue entonces cuando pensé por casualidad que quizás éramos primos. El padre de Raquel era boliviano y su apellido era Tejada, que es mi segundo apellido. Raquel había adoptado el apellido Welch. Pero además conocí la historia de discriminación a que fue sometida esa talentosa actriz cuando le prohibieron que dijera su origen latinoamericano, como condición para poder triunfar en Hollywood.

Mi primera osadía fue escribirle a los estudios cinematográficos de California.

La misiva nunca le llegó pero yo preguntaba cada día a mi madre, si había llegado alguna carta de Estados Unidos. Fue devuelta por imprecisión de destinatario. Muchos años después, mi comadre y amiga Nuria Piera, cómplice de tantas locuras compartidas entre amigos entrañables, me sorprendió dedicándome un libro de fotos de Raquel, provocando un alud mental de emociones que transmigran oníricas para siempre..

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