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La insoportable levedad de la vida

Creo que fue Enrique Jardiel Poncela quien escribió, más o menos, lo siguiente: “La mitad de los seres humanos emplea la primera parte de su vida en hacer miserable el resto de ella”. Tampoco hay que pasarse como don Enrique, pero algo de razón esconden sus palabras.

Todos vamos recorriendo la vida, y recogiendo en ella logros y fracasos, alegrías y decepciones.

En los grandes errores, casi siempre está presente la ingenuidad, y sobre todo la falta de experiencia. Quizás, por eso, es tan frecuente la expresión: “Si pudiera vivir nuevamente mi vida”, que inspiró un conocido poema, atribuido erróneamente a Jorge Luis Borges.

Y es que en las aulas aprendemos matemáticas, geografía, ciencias, pero nadie te ofrece un tallercito con mi dilecta Dra. Ana Simó, o con los doctores Gómez Montero o Guerrero Heredia sobre las leyes no escritas de la vida, la condición humana y sus miserias, ¡ay!.

Te recibes de agrónomo, periodista o sociólogo, pero de cómo ser buen padre, un buen hijo, un mejor amigo, un buen compañero; cómo detectar traiciones, presentir manipulaciones, de eso nada, nadita de nada. Ni siquiera una charla con café Santo Domingo o buen vino para aprender a caminar por este laberinto sin luz, por este bulevar de utopías mal heridas de rosas e intrigas, de espinas y flores, de arrebatos sin besos, adoquines de la Zona, ay, mezquindades, abrazos y amores truncos que nada más que eso es la vida.

¡Joder! Cuánta razón tuvo Milán Kundera cuando en “La insoportable levedad del ser”, su libro más fundamental y maldito, escribió: “en este mundo todo está perdonado de antemano, por tanto, todo está cínicamente permitido (…) Qué valor puede tener la vida si el primer ensayo para vivir es ya la vida misma. Si el hombre solo no puede vivir más que una vida, es como si no viviera en absoluto.”

Es cierto, no lo escribió Borges, pero qué importa: “Si pudiera vivir nuevamente mi vida, en la próxima trataría de cometer más errores. No intentaría ser tan perfecto, me relajaría más.

Sería más tonto de lo que he sido, de hecho tomaría muy pocas cosas con seriedad. (...)

Si pudiera volver a vivir, viajaría más liviano. (…)

Contemplaría más amaneceres, y jugaría con más niños, si tuviera otra vez la vida por delante, pero ya ven, tengo 85 años... y sé que me estoy muriendo”.

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