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Nuevo nacimiento

“ El que no naciere de nuevo no puede ver el reino de Dios”. Con estas palabras, que aparecen en “El Evangelio según san Juan”, Jesús le estaba diciendo a Nicodemo -rico fariseo, maestro en Israel y miembro del Sanedrín- que tenía que nacer de lo alto, del Espíritu de Dios y por la palabra, si quería entrar en su reino.

Sin rodeos, le estaba hablando de su necesidad de transformación o regeneración espiritual, que solo puede producir, en el corazón del pecador, el poder del Espíritu Santo. El nacimiento natural es el comienzo de la vida en este mundo; el nacimiento nuevo o espiritual viene del cielo y tiende al cielo. Por el primer nacimiento somos formados en pecado; por el segundo, somos hechos santos por la fe en Cristo. Nada significa que tengamos abundante comida para comer y mucha ropa para vestir; que nos deleitemos en alegría irracional, placer carnal y desorden; que desempeñemos con excelencia nuestra labor, si, al final, no hemos nacido de nuevo y, por tanto, no veremos el reino de Dios.

El nuevo nacimiento es la regeneración de que nos habla el apóstol Pablo. El creyente en el Verbo eterno tiene una nueva percepción de la vida: los sistemas de valores, las prioridades, las creencias, los amores y los proyectos son concebidos con vistas a la eternidad, no únicamente en función de lo temporal. “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es: las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas” (Vea 2 Corintios 5:17).

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