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“Areytos”, el tótem sagrado de Giovanny

Lo que somos, lo que fuimos, intermitentemente fugaces como luminosidad circundante, terrón de pesares y aerolitos veloces sobre el techo galáctico, no alcanza todavía con suficiente argamasa a sepultar cuitas y cantos ceremoniales, ese barro que llueve en la isla todavía, como llovizna del alma cautiva, ese dador de tiempo ritual, cuyas teclas mensajeras tocaron el vozarrón de una historia no contada, eximida de los manuales, ausente por vacíos y desplantes, perdida irremediablemente en la oscuridad absoluta de la grafía inexistente, del dibujo prismático de las cuevas, hedor del tiempo podrido y de la imaginación impotente.

Intuimos la labranza de los espíritus, la holganza de la memoria datada, el incesante transcurrir de las carencias, la explosión de los cuerpos y la piratería insomne de la propia historia. Es entonces que contactamos al hechicero, al cómplice taciturno de la oscuridad que bambolea sus propios tenedores en la magia de los elementos, salta los confines de la materia grosera y podrida de los tiempos, y aúlla, atrapa en decibeles, en conexiones rituales del cántico y la palabra, las cantinelas del oscuro ser, que no por ausente en la grafía, dejar de levitar insomne en el terraplén de los cantos en la otredad. Imaginación y poesía al encuentro de lo mágico real, identificación de las barreras, que nos conduce de la mano a internarnos en un mapa primario, donde cohabitan los vocablos uncidos, la capa térmica del alma hendida, la oscura polimetría de los espacios cohabitados por la poesía clandestina de los dioses.

El narrador omnisciente no omite prontuarios, refrenda la huidiza eternidad donde los taínos no descienden de la noche sino del conocimiento con el fuego y por el Guey, la luz eterna de todos nuestros días. El relator, evidentemente tocado, en su mecenazgo de florilegio verbal y contumacia esotérica, no escatima sentencia, el don verbal de la imaginación entrelazado con el pronóstico de todas las fundaciones iluminadas por el sesgo inmutable de los dioses. En la mitología griega, Prometeo desafía a los dioses robando el fuego y dándolo a la humanidad. De ese hurto venimos, desde entonces nacieron los taínos, descendencia cósmica atribulada en un peñón de isla solitaria que naufraga todavía desde entonces, entre vaticinios y tormentos.

Los Areytos son los cantos sagrados que pernoctan en neblina y naufragios de la débil solera de los tiempos chamuscados, son resuellos de un destino que no cesa, que reemplaza la angustia en su búsqueda de nuevos cielos, la visión ofendida de la reminiscencia. El autor no necesitó unciones para subirse en el lomo de los espíritus sagrados. Su estelar narrativa la va diseñando arriba, sobre los prolegómenos del misterio. Trabaja en la vaciedad del cronometro del tiempo datado, no sustituye la gradación de las estaciones temporales de la historia, más bien retorna al principio, al ordenamiento simple de las cantinelas, los himnos hieráticos del fuego antiguo.

Este hermoso libro de Giovanny Cruz Durán, tiene nueve cantos de una hermosura alegórica, trenza el misterio en una compulsa vigorosa de la palabra alada, nos va introduciendo en el entresijo, y de súbito uno se percata de que los ritos constituyen un compromiso de lectura, que hoya la temporalidad en el mismo decurso de todas las estaciones de la cultura. (Fragmentos de una presentación)

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