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Un camino de conversión

Este año, el domingo 27 de noviembre inició, juntamente con el tiempo de Adviento, un nuevo año litúrgico. Dos inicios que al coincidir en un mismo día tienden a confundirse o a opacarse el uno con el otro.

El Adviento implica todo un cambio de decorado y de signos que contribuyen a subrayar su inicio. Las vestiduras de los ministros cambian su color y toman un aspecto más sobrio. Las lecturas son perícopas seleccionadas, no continuadas, y más o menos temáticas; los cantos toman un acento característico; el tono morado de los ornamentos, la ausencia de flores, en muchas iglesias se coloca la corona de Adviento. Todos estos signos ayudan a tomar conciencia de que algo está pasando en la liturgia de la Iglesia. El inicio del año litúrgico pasa inadvertido pues ningún signo especialmente visible lo expresa. Sin embargo, cada año litúrgico es una oportunidad para crecer humana, espiritual y emocionalmente.

Ayuda al crecimiento saber cuál es su sentido y estructura. Se trata de la Venida del Señor, los textos bíblicos no se cansan de indicarlo. La venida es contemplada en dos aspectos: la escatológica y la histórica. Generalmente, se presta mayor atención a la venida histórica. El primer domingo de Adviento subraya la venida escatológica. Es el momento para hacer notar que se inicia un nuevo ciclo de lecturas bíblicas.

El Adviento forma una unidad de movimiento con la Navidad y la Epifanía. Las tres palabras vienen a significar lo mismo: venida, nacimiento, manifestación. La venida histórica de Jesús se actualiza cada año sacramentalmente en estas fiestas. Un tiempo que ante todo es gracia, y a la vez constituye como una forma permanente y una profundización de la vida cristiana en sus actitudes fundamentales de fe y esperanza.

El tiempo de Adviento está dividido en dos partes muy bien definidas: la primera hasta el 16 de diciembre, y la segunda del 17 al 24. Esta última parte se le denomina la novena, o “semana santa de Navidad”, la mirada se centra más en la preparación en la Navidad próxima.

Por otra parte, los días de Adviento tienen un color entrañablemente mariano, que luego continuará a lo largo de la Navidad y de la Epifanía, porque María de Nazaret, la Madre del Mesías, estuvo a su lado en todos estos acontecimientos por voluntad divina. Por ejemplo, el 8 de diciembre, celebramos la solemnidad de María Inmaculada. En ella Dios prepara “una digna morada” para su Hijo. Luego el 12 de diciembre celebramos a Nuestra Señora de Guadalupe. Ella nos enseña a vivir el Adviento con la actitud anhelante de quien espera al Dios hecho hombre. El cuarto domingo de Adviento, en la proximidad de la Navidad, nos sitúa ante el misterio de la encarnación del Hijo de Dios. Es decir, la octava que precede a la Navidad, la presencia de María se acentúa. Otra figura importante es Juan el Bautista, él precede, prepara el camino y suscita la espera del que debe venir. ¡Vivamos el Adviento!

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