Realismo mágico en el tránsito
Las escenas que diariamente vemos en las calles, túneles, elevados y avenidas del país con las motocicletas, parecen sacadas de una novela como Cien 100 Años de Soledad.
Los motoristas actúan como “chivos sin ley”: no respetan las señales de tránsito, manejan su motocicleta con una mano y con la otra siguen su gps, montan cualquier cantidad de personas en sus motores, corren a toda velocidad y en dirección contraria en calles de una sola vía, se dan el lujo de transitar sin documentos personales, a la vista de todo el mundo instalan de manera improvisada una parada donde les da la gana, dando zigzag para esquivar a los transeúntes se suben en las aceras a toda velocidad, sus aparatos están desprovistos de iluminación y hasta de documentación, son los que más utilizan la vía pública y los que menos pagan impuestos por ese derecho, y como si todo esto fuera poco, ahora también han incorporado al servicio una cantidad importante de motoristas haitianos que tampoco respetan las leyes del país y se conducen con absoluta independencia.
Esta tragedia de la movilidad pública nacional representa una enorme carga económica para el país, por la cantidad de accidentados que hay que curar y amputarles órganos como resultado de los cientos de accidentes que protagonizan estos endiablados corredores que no le temen ni siquiera a la muerte y que gracias a su desorden nos colocan en el primer lugar en accidentes de este tipo en Latinoamérica y El Caribe.
El realismo mágico en el tránsito dominicano también se expresa con la organización de carreras clandestinas (pero a la vista de todo el mundo) que se llevan a cabo en carreteras y avenidas del país sin que se sancione a nadie por esta peligrosa y vieja práctica.
También debemos sumar a todas estas inconductas el hecho de que la mayoría de los asaltos y operaciones de sicariato que se producen en el país se llevan a cabo desde motocicletas.
La organización del transporte del país debe iniciarse poniéndoles orden a los que conducen motocicletas, los cuales, en su gran mayoría, no respetan las más mínimas normas de tránsito del país. Por ahí debe empezar todo.
De no ser posible, proponemos que se legalice el desorden y que cada quien haga lo que le venga en ganas y nos ahorremos la rabia que produce el que la autoridad sancione a unos cuantos, por los mismos delitos que comenten miles, sin que nada les pase.