Señores diseñadores de interiores, el gran premio de la Feria de Venecia fue al arte afroamericano
Esta reflexión parte de la premisa de que es posible incrementar el vínculo entre las preferencias de los decoradores o diseñadores de interiores y el arte nacional intrínsecamente portador de una función cultural antes que meramente decorativa.
Es, por tanto, una incitación al crecimiento del anclaje entre dos ámbitos que hasta hoy recorren vías paralelas, con escasos momentos y oportunidades de intersecar y más reducidas aún posibilidades de vincularse en el futuro inmediato.
El arte ha desempeñado una función decorativa todo el tiempo. Es verdad de Perogrullo. Sin embargo, desde el advenimiento de las pre-vanguardias europeas, los artistas renunciaron a esa función de complacer egos y superficialidades para ejercer su oficio bajo un conjunto de ópticas vinculadas a su personalidad. El artista decidió testimoniar su tiempo y su forma de percibir, pensar y expresar el mundo. Decir “su verdad” y hacerlo “a su manera”. Lo decorativo quedó como oficio de los pintores, ojo: los pintores no son artistas.
De modo que quienes proponen arte decorativo a sus clientes le proponen pinturas, no arte. Es decir, artesanía iguales que las muñecas de Bonao pero con menor valor que las prendas en metal precioso. El problema es que lo cobran y pretenden como arte. Establecer lo que es arte y lo que es mera pintura (artesanía) es un reto al cual se enfrentan los expertos de este campo, con estudios especializados en la materia, entre quienes no caben los “pega´os” al oficio por no haber asistido jamás una institución de estudios superiores.
Igual que en medicina. La diferencia que separa al experto y conocedor de arte iguala la que diferencia al médico especialista de los brujos. Por eso los expertos de arte no andan haciendo rifas, como los médicos no tienen tiendas de brebajes.
El hecho básico, la causa, es el irrespeto y desconsideración o subestimación del valor profesional del otro.
Y los efectos de estas praxis acarrean daños. En medicina, en la salud; en arte, en los bolsillos y sistema de valores de las personas.
Cuando alguien encarga arte a un decorador y este, como opción, le presenta artesanías (pinturas, recuérdese, no arte) o reproducciones importadas y seriales, está afectando el bolsillo de sus clientes porque le está supliendo un bien cuyo valor se agotará con el tiempo y el consumo y quedará completamente eliminado en el momento de su adquisición, pues jampas será reconocido como arte por los sistemas de validación ni por el mercado artístico.
Hablamos de mercado artístico, no de centros de ventas de marcos e impresiones.
El diseñador de interiores como aliado de la cultura De lo que se trata pues, es lograr que los decoradores sean fervientes aliados del desarrollo cultural dominicano. Hay, entre los artistas emergentes, establecidos y consagrados nacionales, fragmentos o momentos en los cuales un afán verdaderamente técnico y de acercamiento al “gusto” general se patentiza.
Ramón Oviedo, por ejemplo, tuvo un momento en el cual decidió crear paisajes. Decimos crear pues los que plasmó en sus lienzos no eran paisajes costumbristas académicos sino otros expresionistas, reveladores de la condición social de pobreza y marginalidad de muchos dominicanos.
Quienes en los setenta, ochenta y noventa del siglo pasado rechazaron las propuestas de obras de Ramón Oviedo, Peña Defilló, Domingo Liz, Soucy Pellerano, Hernández Ortega, Eligio Pichardo y otros grandes de la plástica nacional que les fueron presentadas, tienen décadas lamentando su ignorancia, estrechez de miras y limitada comprensión del significado de lo artístico. Ahora andan detrás de las obras de esos artistas pero ya no pueden encontrarlas —nadie quiere vender las que posee— ni pagarlas.
El arte es un paradigma vinculado al ser humano; que es más válido en tanto menos esclavo de “la naturaleza” y de sus fenomenologías es. Se crece más en tanto se yergue sobre sistemas de criterios, pensamientos, valores y preferencias relativos a la humanidad para contradecir, modificar o ampliar los existentes. Es, entonces, una expresión libérrima sobre el origen, presente, destino anhelado, y formas de ser, actuar, vivir y soñar de la sociedad y, especialmente, los artistas, desvinculada o correctora de los discursos dominantes: del poder y el status quo.
Esto no significa que todo “garabato pata-e-gato” sea arte. Especialmente cuando es un garabato pata-e-gato de aviesos copistas de esa retahíla de pintores que va imitado a consagrados maestros internacionales u locales impenitente e indolentemente, por doquier.
Tampoco aquellos que en un ejercicio soberbio del ego consideran que una obra de arte surge de dos trazos, dos brochazos y ya.
Menos aún —y estos son los peores— quienes montan sus telas en bastidores infectados de carcoma y pintan con acrílicos “de ferretería”, es decir pintura para los techos de los edificios y las casas, en una flagrante actitud de estafa.
Es lo que, como arte, están en riesgo de adquirir, en los centros de enmarcado, objetos decorativos e impresiones, los diseñadores de interiores incautos y los clientes amantes del arte más incautos aún.
Las funciones ostensibles del arte El arte posee, pues, una función ostensible a partir de la cual realiza las demás funciones ya que mediante esta vincula lo que el creador (poeta-artista) y el demandante convienen considerar como aspecto válido y significativo a resaltar en la raíz generatriz de la producción y el consumo estéticos. Una de esas funciones ostensibles, hemos dicho, es la decorativa. Esta deriva del carácter estético del arte: su objeto es la belleza y él mismo la encarna. En los casos de la belleza, sin embargo, se debe resaltar su carácter histórico y cómo esta resulta de la interacción y diálogo entre artista y sociedad. ¿Cómo podía —ante los cánones de la Academia— ser bella una obra de Van Gogh, a finales del siglo XIX? Fue necesario un proceso educativo sobre lo particular de esa belleza para que ahora apreciemos inequívocamente una intensa poesía en los girasoles y las noches estrelladas de ese autor. Y una intensa compasión hacia los pobres y los sufridos en sus personajes y escenas humanas.
Por el contrario, cuando el artista y quien adquiere la obra desean simplemente “embellecer”, su opción es recurrir a formas y lenguajes ajenos, procedentes del pasado, carentes de futuro. Así deciden interactuar ante un bien que hiperboliza lo externo, lo visualmente agradable, lo fenomenológico; es decir la esclavitud del artista ante la historia, su actualidad y ante la naturaleza. Y el arte no esclaviza, libera. Así esa “belleza” es intransigente y tiránica. Prefiere lo relamido y el boato, lo cursi y la lindura inofensiva. Ostentan sólo ante grupos sociales iguales.
Colectivamente, revelan la falta de cultura y la calidad de personas superficiales. Es el “arte” preferido y demandado por “megadivos” y nuevos ricos; por personas de escasa calidad humana, carentes de vínculos con los entornos educativos y culturales. Es un arte del poder vacuo y temeroso; de creadores y compradores superficiales a más no poder.
Otra función es la ostensible económica: pretender producir/adquirir arte “caro” basados en el argumento de lo “exclusivo”, sin importar su calidad cultural sino “la fama” que en un momento un artista o vendedor de arte se procura mediante estrategias mercadológicas y de publicidad. Lo característico aquí es decir “tengo esta obra que vale tanto”. Típico de fantoches, parejeros y vaineros provincianos.
Finalmente, el valor ostensible cultural. El derivado de productores y consumidores de arte que sobretodo dialogan sobre el ser humano (local o universal) en una perspectiva de impulso hacia el futuro, por diferentes vías, incluyendo la formal: el replanteamiento de los aspectos del discurso, orientándolo hacia lo original y la personalidad.
El arte como cultura: el gran premio de la bienal de Venecia Para ilustrar el rol cultural del arte previamente referido, recurrimos al gran premio de la mundialmente ponderada 54ª Bienal de Venecia, 2022, inaugurada el pasado 23 de abril y que estará abierta al público hasta el 27 de noviembre del corriente año.
Fue concedido a la escultora estadounidense Simone Leigh (Chicago, Illinois, Usa, n 1967) por su serie escultórica “Soverignhty”.
Se trata de un conjunto monumental-totémico-objetual cuya síntesis de expresiones de ascendencias afroamericanas-feministas se exhibió en el pabellón estadounidense del evento. Aunque algunos —entre ellos Ángela Molina del periódico El País, 26 de abril, 2022— consideran que esa obra no dice algo acerca de ser mujer y negra, las piezas integrantes de esta participación sí lo refieren y de modo intenso, poético, desgarrador y heroico.
La escultura “Satellite”, una talla en bronce de 24 x 10 pies (alto x ancho) del 2022, habla poderosa y precisamente de las cualidades “satelital” y de Máter Mundi de las mujeres negras.
Refieren su permanente actitud de vigilancia a través de una especie de comunicación poli direccional entre ellas, los demás y el entorno que permanece activa siempre, enfocada en la seguridad y viabilidad familiares y comunitarias. También valora sus pechos, de los cuales, sabemos, emana el alimento esencial de los humanos, un apelativo intensamente poético a la generosidad y el desprendimiento. Adicionalmente, su calidad de sólido monumento, asentado sobre una silla-trono de firmes basamentos. Luego, el color de la escultura: negro total. ¿No son esos atributos cardinales para impulsar una apología sobre el rol ancestral y actual de las mujeres —incluyendo las negras—en el planeta, en las civilizaciones?
Una expone una apología sobre la mujer esencial, de los orígenes y sociedades pobres, con la pieza “Última prenda” (bronce, 54” x 58” x 27”), en un discurso que convierte el vestido en pretexto textural sobre el plástico, contrapuesto a la pureza limpia de las esculturas griegas, grecolatinas y renacentistas, incluyendo su anatomía. Aporta un híbrido intenso y extasiante, por el contrapunteo entre purismo-juego-libertad que desde el pelo hace de la cabeza un jardín híper poblado de diminutas florecillas. Poesía y drama sobre un superficie plana y translúcida evocativa de las riadas adonde las mujeres antecesoras lavaron las prendas familiares. Si esto no es un discurso sobre ser mujeres y negras no sabemos qué lo podría ser.
Sinome Leigh no se encasilla. Incluye piezas en las cuales las sexistas vasijas (ánforas) fálicas, sobre caza y guerras de la tradición etrusca-griega truecan para incorporar mastos dentados que reclaman y advierten la cualidad “mordiente” o incisiva necesaria en el discurso femenino-afroamericano actual.
Concluyendo. Traemos este ejemplo de una artista nada complaciente, cuya obra oscila entre la poesía y el drama; la sutileza y una blanqueada agresividad para dejar constancia de un arte que no renuncia a esas cualidades troncales vinculadas a la referida condición humana en el tiempo, la historia, los sueños, el lugar.
Repleta de belleza y tensiones. Un moderno Laocoonte de Polidoro de Rodas. El arte es momento y eternidad.
Los diseñadores o decoradores de interiores están ante la oportunidad de replantearse su rol como agentes culturales. Significa que ellos tienen la capacidad de ser intermediarios entre el juicio razonado sobre el arte y los clientes para hacer de los espacios interiores de las familias y las empresas lugares en los cuales los valores de la cultura se presenten para enriquecer los idearios familiares, promover la tolerancia, la apertura y valoración de la creatividad, un paradigma sobre el cual se apoyan las posibilidades de desarrollo de la calidad humana de las personas, las familias y las naciones. Y, con mayor importancia, garantizar a futuro un retorno económico positivo de la inversión de sus clientes. Sin dejar de ganar dinero.