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Mujer sencilla y humilde

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P. José Pastor RamírezSanto Domingo

La teoría darwiniana nos ha enseñado que la evolución fue posible gracias a la dinámica de la supervivencia del más fuerte. Los débiles, los enfermos y los pequeños de todas las especies quedaron burlados, mientras que la evolución favoreció a los fuertes, a los sanos y a los poderosos. Sin embargo, todos los intentos de esta evolución consciente de favorecer a los fuertes, a los sanos y a los poderosos sólo nos han servido para involucionar tanto humana, emocional como espiritualmente. Se espera que el siguiente nivel de evolución sea para abrazar el criterio del abajamiento y la causa del más débil.

El abajamiento ha sido la dinámica de actuación de Jesús y de María. La evolución espiritual sólo puede funcionar según la dinámica de la kenosis, inaugurada por Cristo, quien está siempre de parte de los pequeños.

María asiste a quienes están en apuro. Y, además, lo hace en el momento oportuno y ofreciendo lo que estos necesitan. Por ejemplo: Descubre que su prima Isabel, que es anciana, está encinta; luego se dirige a Ain Karem, pueblo de la región de Judá para auxiliarla, generando alegría, comunión y unidad.

Asimismo, María está presente en Caná en la boda de unos novios inexpertos quienes iniciaban su historia de familia. Les evita el ridículo por la falta de vino y, además, creció la fe de los discípulos en Jesús.

La escena de María junto a la cruz, acompaña al discípulo amado; no dice nada, simplemente, recibe en silencio el testamento de su hijo; le asiste en el momento de mayor dificultad y soledad. Ella está presente mostrando su fidelidad, mientras sus amigos íntimos huyen.

María también está presente con los apóstoles llenos de miedo, por temor a ser agredidos. Ella infunde valor a los desilusionados. María pertenece a una comunidad que se sabe huérfana de Cristo, que sabe deberse al mundo, pero sigue presa de sus miedos, que vive a la espera del Espíritu. Ella es la mujer que peregrina junto a los paralizados, a los enfermos, a los que se sienten vacíos.

Los dominicanos celebramos, el 15 de agosto, los cien años de la coronación canónica de Nuestra Señora de la Altagracia. Este acto litúrgico y canónico se efectuó en la Puerta del Conde; uno de los lugares más significativos y emblemáticos del país. Además de ser parte de la antigua muralla de entrada a la Ciudad Colonial, protegiéndola de ataques, este portón arqueado es el lugar donde uno de los Padres fundadores, Francisco del Rosario Sánchez, izó por primera vez la bandera dominicana y proclamó la independencia de la nación el 27 de febrero de 1844.

María es para los dominicanos: la puerta siempre abierta, la estrella de la libertad, la madre de la acogida y la muralla guardiana de los ataques de desaprensivos, forajidos y oportunistas; la bandera que ondea orgullosa en cada familia, en cada provincia y en cada región; la defensora de nuestra identidad, autonomía y valores patrios. La que siempre acompaña y defiende en los momentos de dificultad a: los “pobres”, los que “lloran”, los “perseguidos”.

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