Amistades tóxicas
Aristóteles definía la amistad como querer y procurar el bien del amigo por el amigo mismo. San Agustín distinguía diferentes tipos de amistad: la amistad juvenil, la amistad mundana de adultos y la amistad relacionada con la religión, que él llama “la verdadera amistad”. Para el psiquiatra español, Enrique Rojas, la amistad es un sentimiento positivo entre dos personas que se inicia a través de una simpatía y estimación mutua. La amistad es alegría, nos colma, nos apacigua y serena. La amistad es una forma de amor sin sexualidad.
La amistad implica confianza, intimidad, honradez, complicidad, saber aceptar los defectos y cualidades de la otra persona, así como saber escuchar. Es comprender sin necesidad de juzgar, es poder compartir las alegrías, las penas, las dudas, sin sentirse ni cuestionado ni envidiado.
Por el contrario, las “amistades tóxicas” o “relaciones tóxicas” generan un daño emocional. Lo que ves como “química grandiosa” puede ser una relación tóxica. Es algo tan sutil y común que puede pasar desapercibido. Las personas tóxicas crean arbitrariamente complejidad, conflictos y estrés. Afirma Irene López que una amistad tóxica te hace sentir mal, no respeta los límites, se centra en tus defectos, promueve el chisme, se disculpa hipócritamente, es generadora de drama, te pone nervioso, te descalifica continuamente, te deja perturbado, te culpabiliza, te compara con otras personas, es agresiva, siempre busca ser el primero, manipula, vive compitiendo, se queja continuamente, intenta cambiarte, te busca solo cuando necesita algo y se victimizan.
Estar sometidos bajo la fuerza negativa de una persona tóxica causa, en el cerebro, una respuesta masiva al estrés, lo que afecta el sistema de pensamiento, por las altas descargas de cortisol. Que, a su vez, puede dejar consecuencias negativas a largo plazo. Ante una persona tóxica no valen razonamientos ni explicaciones. Por el contrario, las relaciones humanas de calidad son los mejores predictores de vidas más largas y felices. Los buenos amigos añaden calidad y valor a nuestras vidas. Nos hacen sentir acompañados, escuchados y entendidos. Si se desea mantener la amistad, la clave está en poner límites.
Dice A. Pagola, al respecto, que en la comunidad de Jesús se tendrán que querer como “amigos” porque así los ha querido Jesús: “ustedes son mis amigos”; “ya no les llamo siervos, a ustedes los he llamado amigos”. La amistad promueve lo que une, no lo que diferencia. Entre amigos se cultiva la igualdad, la reciprocidad y el apoyo mutuo. Nadie está por encima de nadie. Ningún amigo es superior a otro. Se respetan las diferencias, pero se cuida la cercanía y la relación. La búsqueda de protagonismos interesados rompe la amistad y afecta la comunión. Entre amigos nadie se impone, todos sirven y colaboran.
La amistad vivida por los amigos de Jesús no genera una comunidad cerrada. Al contrario, propicia un clima cordial y amable que dispone a acoger a quienes necesitan acogida y amistad. Definitivamente, “Un amigo fiel es poderoso protector; el que lo encuentra halla un tesoro. Nada vale tanto como un amigo fiel; su precio es incalculable”.