Política y Cultura
¡Te busqué y te encontré, Margarita Pedemonte!
(A Mellita, con afectos)
Fue en junio de 1965, cuando la Revista Life en español, dedicó un número especial de tirada sobre la revolución constitucionalista, destacando su fervor patriótico, a sus líderes y combatientes. La ciudad estaba en ascuas. Por doquier trincheras y fusiles, jóvenes y viejos portaban todo tipo de armas, un frenesí patriótico se había apoderado de la juventud dominicana. Era entonces la edad de la escuela, entonar el Himno Nacional, enhestar la bandera tricolor como filigrana y flanco alucinante de los patricios, era el tiempo del rocío y la caligrafía, de la loca idea de ser como ellos, de cantar más alto sus bravuras contra el opresor haitiano, español, francés o norteamericano. Era la Patria en la comisura de los labios, era lo que nos habían enseñado en las escuelas, ser dignos de Duarte y Luperón. Aquella franja liberada de la ciudad era una imagen hermosa, no sólo fusiles y cañones en medio de los combates, se cantaba, se recitaba, se hacían exposiciones de pintura, se limpiaban las calles, se enterraba a los caídos con disparos al cielo, se celebraban oficios religiosos, nos amábamos. Cuando la edición de Life salió a las calles, se destacó una secuencia, en la cual aparecían imágenes del Presidente Caamaño en momentos de tregua, entre ellas el lugar donde el Presidente almorzaba. A mí me llamó la atención la foto donde florecía una hermosa jovencita de 16 años, distribuyendo la comida que sería ingerida por el Presidente. Ella había sido designada para supervisar los alimentos que se preparaban para Caamaño. Me inquietó ver en Life una pose de Caamaño regañando a la muchacha. Yo quería saber por qué razón el Presidente Caamaño la increpaba. No pude. Y esa joven, al terminar la guerra se tuvo que ir junto a su familia del país ante la cruel represión de la contrainsurgencia contra los constitucionalistas. Y no volvió al país. Ella y su familia vivían en la Arzobispo Nouel, frente a donde estaba el establecimiento de venta de helados “Capri”. Margarita Pedemonte se convirtió para mí en un misterio. Nadie supo decirme dónde estaba. Indagué, la busqué, hablé con familiares, pero no hubo forma de localizarla. Conocí a varias Margaritas, pero no la que yo perseguía. Un día me encontré en las redes, con alguien de ese nombre que me comentaba un texto que yo había escrito. Como un niño que esperaba luego de tantos años un gran regalo de reyes, le respondí, sin saber si era la Margarita que yo buscaba, con una breve nota que decía, “Margarita, tengo que hablar contigo”. Me respondió que encantada, como esos amigos que se dejan de ver y se reencuentran. Ella me explicó, que cuando llevaba el almuerzo al Presidente y subía los escalones del Edificio Copello, sede del Gobierno, un fotógrafo norteamericano la siguió y la obstaculizó groseramente, lo que la llevó a darle un empujón, rompiéndose la costosa Cámara fotográfica. El fotógrafo se quejó ante Caamaño, razón por la cual Caamaño la regañó, pero luego la situación se normalizó en un ambiente fraterno. Algo de magia tenía que existir para que yo me reencontrara con Margarita en abril, quien ahora vive en México. Alguien pone la filigrana donde siempre se juntan los que se quieren.