El artista, ser especial sobre el planeta
A Rosa Tavárez, después de una conversación sobre la unidad en los propósitos.
Decir la especificidad del artista como ser biológico social es posible sólo desde la teoría de la particularidad genética.
Desde tal enfoque, el artista resulta un tipo de persona con un conjunto de rasgos definitorios diferentes a los que configuran el perfil de otro tipo de personas como los emprendedores, empresarios, médicos, científicos, artesanos y demás.
En otras palabras: decimos que la ciencia hace mucho vino a suponer dos aspectos. El primero: la igualdad de todos los hombres. Un credo nacido en el viejo testamento, que igualaba a todos ante Dios; definió seres que, sin importar raza, color, credo, origen geográfico o destino, compartían la calidad de haber sido hechos a “imagen y semejanza de Dios”. De doctrina religiosa, este enfoque —no aplicado en los regímenes esclavistas antiguos— defino en postulado socio político con la Ilustración Francesa y el romanticismo, para desembocar en el aspecto neurálgico de la doctrina política de los Derechos Humanos. Aquí cada hombre también debía ser —pues no lo era— igual ante la ley y en la sociedad. El segundo: la singularidad de cada persona.
Estos enfoques sustentaron los ideales humanistas y significaron la justificación de los movimientos socio políticos del siglo XIX y XX. Pero constituían una Filosofía, es decir un modo partidista de concebir, pensar y expresar el mundo. Carecieron, sin embargo, de base científica hasta el siglo XIX.
Aunque esta mancomunidad humana estaba en el centro de la doctrina evolucionista de Charles Robert Darwing, también fraguaba como preconcepto, suposición apriorística, en las sociologías que surgían en Europa desde Durkeim. Sin embargo, su formulación científica fue ratificada gracias a los viajes que alrededor del mundo y tras los rastros de los mitos de las más originarias civilizaciones realizó el grande Claude Levi-Strauss. Con este, el humanismo devino en la más punzante piedra en el zapato esclavista cuando en 1952 cuando, por encargo de la UNESCO, escribió “Raza e Historia”. Con este texto, la igualdad de todos los seres humanos fue declarada desde sus fuentes colectivas: la equivalencia de las culturas.
Aunque tales preceptos no trascendían a los estamentos del poder, la individualidad de las personas, aún dentro de las generalidades de razas, se conocía y aceptaba desde la antigüedad. En Babilonia se autenticaban registros mediante impresiones dactilares en arcilla aunque la dactiloscopia, técnica que compara huellas dactilares, inició en la antigua China (300 d.C) cuando las huellas de las manos se usaban como evidencia en juicios por robo. En el 105 d. C. la marca del dedo o de la palma de la mano se estampaba en las hojas de los documentos. De aquí pasó a Inglaterra, donde Sir William James Herschel las empezó a usar en los contratos. En 1880 Henry Faulds escribió a Darwing la conclusión de su estudio de recolección de huellas en humanos y monos: le sugería que las huellas dactilares humanas eran únicas, clasificables y permanentes.
Pese a que tal verdad fue incorporada a los sistemas policiales, de justicia y contractuales del mundo desde el siglo XIX, la política y segmentos importantes de la filosofía se resistían a aceptar esa igualdad de todos los hombres y a la particularidad individual. En muchos países la esclavitud o sus maneras más blandas —las discriminaciones raciales— perduraron hasta el siglo XX. La educación según las capacidades individuales no inicia aún en ninguna parte del mundo.
Sin embargo, el golpe definitivo lo produjo Friedrich Miescher, en 1869, al descubrir la molécula ADN (ácido desoxirribonucleico) en las células humanas como identidad de la especie. Este contiene y acumulan las instrucciones genéticas para el desarrollo y transmisión hereditaria de los individuos. Todas las personas comparten el 99.9% de las secuencias de ADN y el 50% de sus genes.
De manera que en 99.9% somos iguales, y en un 50%, parientes.
Somos particulares y únicos en apenas 0.1% y, familiarmente, en un importante 50%.
Ese 0.1%, sin embargo, equivale a 60 veces la distancia entre la tierra y la luna.
Es en el vasto espacio de variabilidades que ese 0.1% posibilita, al que por sortilegio ingresan los artistas para ser, como cada ser que viene al planeta, especial y único.
De aquí que resulta fascinante poder afirmar lo que ya el empirismo milenario había proclamado sin fundamento alguno: el artista no se hace, artista se nace.
Notad que hablamos de artistas. Una tipología humana socio profesional que no es tan laxa como se pretende. Hablamos del humano “poiético”, creador.