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ORLANDO DICE

El debate de ANJE

ANJE debió saber que en el de­bate presidencial importan más los candidatos que los an­fitriones. No se conocen deta­lles o intimidades de la diligen­cia, incluso se tiene la impresión de que fue hecha a distancia o por canales indebidos.

No se supo de una visita oficial a los principa­les aspirantes, pues de haberse hecho la in­vitación de manera presencial, las respues­tas se hubieran dado al instante, sin crearse compás de espera y mucho menos prórroga.

Hacerlo como aparentemente se hizo puso en apuros a candidatos que desde un princi­pio no tuvieron intención de comparecer y que quisieron lo que finalmente sucedió.

La confrontación fue a parar a la parte más al­ta del barco, y que en las viejas embarcacio­nes se llamaba Carajo. Ahora se explica, se alega, se culpa, pero esa discusión entre presi­denciales nunca estuvo en agenda.

Simplemente se habló y se convino que no.

Los seguidores de Leonel Fernández celebran lo ocurrido y descalifican por igual a Luis Abi­nader y a Gonzalo Castillo, reivindicando a Fernández como el mejor preparado.

Lo mismo que equivocadamente pensaron muchos otros sectores que creen que el deba­te se reduce a elocuencia y retórica.

Incluso esa apreciación afecta a Fernández como candidato, pues se le tiene como el ha­bla bonito, como si fuera Jeffrey -- El canta lindo --.

Esos mismos observadores de la situación re­saltan de sus adversarios Abinader y Castillo cualidades más propias de gobernante. Fer­nández siempre sería el teórico, con sorna in­cluida.

El hecho de que el expresidente fuera el único que aceptara, y además se adelantara en res­ponder, tiene una sola explicación: no tuvo que consultar con nadie.

La situación de Abinader fue distinta, hubo de considerarse internamente y que la con­testación fuera de partido y no de candidato.

Todavía Faride Raful no responde al debate de aspirantes a la senaduría de la capital, y se­ría la misma razón: la cuestión está en manos del PRM.

La participación del oficialista se habló de muchas maneras, y el partido había conveni­do que sí, incluso su presidente lo había dado como un hecho. Los estrategas, sin embargo, dijeron que no.

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