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COLABORACIÓN

Los símbolos de nuestra patria son ejemplos para nosotros

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Monseñor Jesús Castro MarteSanto Domingo

La polémica suscitada en fechas recientes acerca del mal uso de los símbolos oficiales del Estado dominicano, tal como aparecen establecidos en la ley de leyes de nuestro país, es decir, en la propia Constitución de la República, viene a poner de relieve la necesidad de mantener el debido respeto por quienes somos.

En efecto, resulta inevitable referirse a nuestra historia como pueblo soberano, con una identidad propia forjada a través de numerosas vicisitudes y circunstancias, que han acabado dando forma a nuestra peculiar idiosincrasia cultural y como conglomerado social, con una diversidad intrínseca, al igual que sucede en las demás naciones.

La idea de crear unos símbolos que nos representen a todos, por encima de legítimas diferencias ideológicas, constituye un avance en la concepción de los procesos sociopolíticos, identitarios y culturales, que por su propia naturaleza son siempre complejos y susceptibles de crear divisiones a lo interno de cada grupo humano. Reiterando que la sana diversidad no solo no es negativa, sino incluso deseable, por cuanto afirma la multiplicidad de nuestra sociedad en cuanto a su composición, cabe subrayar asimismo la enorme virtualidad que encierran los símbolos, por su gran capacidad para unir a los diferentes en torno a unos valores básicos comunes y compartidos.

Dada esa más que demostrada validez de los elementos simbólicos, puesta de manifiesto en todos los rincones del planeta, no queda más remedio que, como conclusión lógica, resaltar nueva vez la importancia de respetarlos, manteniendo inalterados los componentes que los integran, tal como ocurre, por ejemplo, con el Escudo que acompaña de forma inseparable a la Bandera dominicana.

Se trata, pues, de una cuestión de sensibilidad histórica, pero también de reconocimiento del valor inherente de unos símbolos que, sin duda, merecen ser conocidos, amados y defendidos, como una forma de conocer, amar y defender la patria que está contenida en ellos, y que debemos preservar incólume para las generaciones venideras, como un legado de carácter inmaterial e incluso espiritual, que dará así sentido y razón de ser a nuestros desvelos y afanes por construir un mejor país para todos.

En definitiva, respetar y honrar nuestros símbolos patrios en su integridad no significa ni más ni menos que respetarnos y honrarnos a nosotros mismos.

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