EL CORRER DE LOS DÍAS

Félix María Ruiz, el trinitario desplazado

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MARCIO VELOZ MAGGIOLOSanto Domingo

(Para Marcos Charles, en su balconada de cristal)

Desde casi la orilla del Ozama, la que fuera una vez conocida como calle “Félix María Ruiz”, nos nutre con sus recuerdos y su pasado y quizás ella misma percibe las indelebles huellas de gentes que amaron por siempre sus casas de madera, sus divisiones artesanas, sus callejones; todavía, con mirada como de un tiempo estrujado, Villa Francisca nos aguarda. Lugar donde vivieron vecinos orgullosos de su limpieza y de sus ancianos, que en los portales, (algunos decorados con balcones de madera), escuchaban los novelones de la radio cubana o los programas de Paco Escribano.

Fue el munícipe venezolano Don Juan Alejandro Ibarra, quien al iniciar el reparto que llevaría el nombre de Francisca Velásquez, esposa del antiguo dueño de los terrenos, el novelista Manuel de Jesús Galván, dedicó algunas de sus calles a connotados fundadores de la Sociedad Patriótica La Trinitaria ideada por Juan Pablo Duarte, quien encontraría simbólica compañía en la mente de Ibarra, como lo revelan otras vías con nombres de la organización patriótica: Jacinto y Tomás de la Concha, Benito González, junto a importantes personajes como Don José ReyesÖ Un barrio que encarnaba el recuerdo con nombres fundadores.

Para muchos ignaros el nombre de “Félix María Ruiz” debió ser algo así el de un amigo del Generalísimo, o el de algún beisbolista; para nosotros, escolares bien informados, era uno de los compañeros de Juan Pablo Duarte, su principal camarada ahora vertido su nombre en una calle de Villa Francisca. La principal arteria o calle del barrio llevó desde el comienzo de su fundación, el nombre de Duarte, los demás, ahora signos de la urbe, fueron igualmente sus acompañantes.

Pero de todos modos, cuando los tractores del “progreso balaguerista” borraron las huellas “trinitarias” de la calle “ Félix María Ruiz”, ésta convirtió en fantasma el nombre del héroe, reminiscencia nebulosa, y desde entonces pocos, o ninguno de los que la vivieron se ha confesado doliente y lanzado una voz de expectación para rectificar el nombre del prócer que sufrió, como su “amigo Duarte”, los rigores del más duro exilio.

La hoy avenida México es la tumba de un millón de acontecimientos. Efemérides enterradas de la vida cotidiana, de la que la decisión de Ibarra constituye una decisión muy relevante.

Fue en el año de l943 cuando llegaron al país los restos del insigne Félix María Ruiz, quien falleció en la ciudad de Mérida, zona andina de Venezuela, en 1891, donde fue profesor, encuadernador, charlista y orientador de parte de la juventud de aquella plaza. Félix María Ruiz había sido uno de los fundadores de la Sociedad Secreta la Trinitaria expulsado junto a Duarte por el dictador Pedro Santana, en 1844. Recorrió con la agonía también de un apóstol, varios países buscando asentarse entre las montañas que rodean con un silencio andino, la ciudad de Mérida; pero antes recaló en Nueva York, mejoró el francés y sabía bien el inglés. Ruiz era un estudioso, y sus conocimientos eran discutidos con su compadre Duarte. De ambos idiomas fue profesor en Venezuela, donde llegó a Mérida llevando sus equipos de encuadernación, los que, a decir de la documentación conocida, fueron fundamentales para su permanente forma de vida, equipos que le preocupaba conservar para continuar su oficio si retornaba a Santo Domingo, o bien a Azua, donde había nacido en 1815.

Ni Duarte ni Ruiz retornaron a su país para morir en él, el uno debió regresar a Caracas, prácticamente rechazado por sus congéneres, y el otro fue impedido de tal deseo por la sorpresiva muerte, y sólo luego de su muerte ambos fueron reconocidos como próceres. Recuérdese que durante la lucha contra la anexión a España, Duarte, en vez de ser aceptado entre los combatientes, fue nombrado “delegado diplomático” en la Venezuela de donde provenía, y en otros países sudamericanos para alentar la propaganda y el apoyo de la lucha contra España, modo cortés y a la vez hipócrita ideado para alejarlo nuevamente del lar nativo donde se consideraba su presencia poco grata, teniendo que decidir no retornar cuando comprobó que los suyos de ayer eran los que hoy le rechazaban.

Frente a los restos de Duarte se dice que un eminente sacerdote, dubitativo, y conocedor de su vida, recordando el tanto sufrimiento del patriota, y el derrumbe de aquella honrosa familia, expresó por lo bajo: “Y ahora qué podré decir sobre este pobre hombre”; otro, Monseñor Pittini, al recibir por órdenes de Trujillo los restos del prócer Ruiz, nutrido por un deja vu más italiano que francés, fue parco, profuso con su silencio, solo por su ignorancia sobre el prócer, cumplidor como siempre de las ordenes de la vida terrenal.

Durante su vida en Venezuela, Ruiz fue profesor del conocido intelectual Tulio Febres Cordero, quien apreció, aquilató su seriedad, su cultura clásica (de la que habla en una de sus correspondencias con relación a Duarte) y su valor, y estableció con Ruiz una amistad de años. Pero Ruiz también fue profesor en varios colegios e institutos de la zona andina, por sus conocimientos de historia, gramática y su erudición. Era, conocedor de una vasta cultura clásica, un capacitado profesor por vocación.

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