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Un premio precursor

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Yvelisse Prats Ramírez de PérezSanto Domingo

¡Cuántas veces proclamé como sentencia irrebatible el mandato “urbi et orbe” de Carlos Tu¨nnermann “compartir, no competir”! Me contradije recientemente. Motivada por unos buenos amigos, competí por un premio, incluso consideré que tenía posibilidad de ganarlo. El premio era el que otorga la Fundación Corripio en el renglón Educación, y no solo cedí a la inducción amistosa, si no que me ilusioné en la espera, contagiada por la confi anza del grupo fraterno que sobrevalúa mis méritos. Un comité entusiasta de colaboradores espontáneos empezó a hacer llamadas, a tocar puertas, a hacer fotocopias de mi Hoja de Vida, cuya extensión en páginas se corresponde con mis sesenta años educando y educándome. Las fotocopias se multiplicaron en el ritmo agitado de las peticiones de instituciones y personas que decidieron postularme para el premio, cuyas bases publicadas exigían incluir el curriculum del presentado, además de la ponderación de sus cualidades. He releído emocionada las copias de esas postulaciones que como testimonio afectuoso me hicieron llegar muchos de los remitentes: seis universidades, la ADP que fundé hace 41 años, academias, colegios, asociaciones de profesionales, motivaron mi candidatura coincidiendo en resaltar junto a mi empeño vital de maestra, el esfuerzo que hago todavía con ochenta años de coherenciar lo que vivo con lo que predico. Muchísimas personas, algunas queridas, otras apenas conocidas, enviaron también adhesiones a mi postulación, con opiniones que me llenaron de ternura. Por eso, al sentirme así valorada y presentada por tantos buenos dominicanos, llegué a pensar “¡Ganaré!” Perdí. Fue una contundente lección de humildad, porque la ganadora con méritos legítimos no ha sido, por primera vez en la tradición de los Premios Corripio, una fi gura reconocida, un nombre prominente, un o una especialista en su campo, un rostro que asome en los periódicos y en la televisión o que fi gure en la bibliografía nacional. Emulando a Jesús, quien eligió como discípulos amados a pescadores anónimos de corazón sencillo, el Premio Corripio de Educación de este año favorece a una maestra humilde, que labora en la oscuridad socioeconómica de un barrio marginado. Su nombre, Ernestina Grullón, al ser anunciado por el Jurado que la premió, se estrenó sorpresivamente en resonancias mediáticas quizás por primera vez en sus treinta y cinco años de callada labor en Katanga. Cuando leí en las Bases del Concurso los exigentes elementos del perfi l del/la aspirante creí que mi piel y mis huesos estremecidos de amor perseverante por la educación, mis ojos atados al estudio, mis libros, mis artículos, mi obra, me daban derecho a aspirar un premio en el campo que he arado las tres cuartas partes de mis 80 años de existencia. Pero me inclino ante la ganadora, esta Ernestina Grullón cuya vocación arde sin duda con más fuerza que la mía, puesto que eligió para amar y cuidar a esos niños que por ser especiales han devenido en ángeles incomprendidos. ¡Qué bueno! El giro inesperado de un Jurado que trascendió las bases ortodoxas del concurso y miró mas allá de los títulos, cargos desempeñados, talentos cultivados, y famas de los/as otros /as candidatos/as premia a esta fl or escondida, pudorosa violeta en su pequeño-inmenso ejercicio cotidiano de educar en su barrio a los niños especiales olvidados por las políticas públicas. Me inclino ante esta decisión valiente de un Jurado que rompe los esquemas habituales en los Premios Corripio, y diseña con esta decisión nuevos perfi les para las Bases del Concurso, liberando a los aspirantes de enumerar minuciosamente sus logros en la hoja de vida. Ni consagrados, ni nombres conocidos que se barajaban de antemano en los corrillos. Una maestra ignorada gana el Premio de Educación Corripio, y yo siento en el alma, no la pérdida, si no el hallazgo de nuevos paradigmas. Quiero conocerte, Ernestina Grullón, te abrazaré y te felicitaré, no solo por tu premio, sino porque irrumpes en un Parnaso de reconocimientos hasta ahora reservado para los que nos conocíamos. Contigo, Ernestina, se inicia una nueva etapa para los Premios Corripio. El mirar hacia abajo del Jurado para premiar comportamiento de aulas por encima de acciones realizadas en el gran escenario de lo nacional público, augura que en los próximos años, y en los demás renglones a lo mejor una joven escritora miembra de un taller literario, un muchacho periodista que vela sus armas en una pasantía, un viejo pintor que por años bregó con sus pinceles sin llegar a la fama, alguien en fi n aún no reconocido, podrá aspirar a este Premio, sin cortapisas. Ernestina Grullón: eres además de una maestra de cuerpo entero, una precursora, pionera de nuevas normas que ampliarán horizontes en premiaciones futuras. Al compartir tu triunfo, dejo de competir. Pero rescato del intento fallido la gratitud inmensa para los que creen en mí, más allá de mí misma.

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