La personalidad de los santos de palo
En Puerto Rico las “escuelas” de santos de palo, son variadas. Los santos tienen sus especialistas. Algunos, como mi ex alumno Jesús Figueroa, se especializan en san pedros, nacimientos y san juanes. No lo hacen así porque sean seguidores de estos personajes neotestamentarios, sino porque les resultan más simpáticos dado el cúmulo de sus historias y leyendas. En República Dominicana el fomento de estas costumbres navideñas se ha perdido, pero existe hoy una constante búsqueda del tema en algunas localidades del Sur. Los “nacimientos” vuelven a popularizarse y las industrias populares callejeras usan de unas inventivas en las que árboles de todas la formas esperan el foco eléctrico para adornar los portales o bien los velones y velas que simbolizan el lucero anunciador de la natividad. Los llamados “santos de palo”, constituyen una tradición de origen católico que tiene sus más antiguas expresiones en la Edad Media, pasando a ser en el período renacentista y a partir del siglo XVI en América, obras producto de las implantaciones religiosas europeas. Son los sacerdotes y religiosos ligados a la Iglesia católica los que de algún modo han aupado estas imágenes del santoral que se consideraban milagreras. La pobreza americana, y desde luego antillana, y la imposibilidad de importar imágenes de factura europea, trajo como consecuencia la necesidad imperiosa del creyente de recrearlas según materiales, decorados y formas ligadas a las posibilidades de su vida cotidiana. Sin duda las iglesias rurales y los creyentes pobres en casi todas las localidades americanas desearon imágenes productos de la importación, pero pronto la artesanía local como en los casos como México y Perú se hibridó inspirándose con formas indígenas en los motivos hispanos, y los santos se transfomaron en expresión harto imaginaria de los pueblos en las zonas más populares donde los templos y las iglesias fueron escasas, y las imágenes poco frecuentes, salvo en los lugares andinos como Cuzco o Lima o Mesomaricanos como la Meseta mexicana, donde la riqueza del oro y la plata se confundió con las creencias prehispánicas y las traídas por los conquistadores. Contadas las escasas iglesias de los sitios rurales, como en el Santo Domingo colonial se generaron “altares” familiares que iban de casa en casa en las festividades del santo, y la madera fue el material básico para tallas representativas de advocaciones importantes. La desaparición de la mano de obra indígena, sin gran tradición artesana, pero fundamentalmente sin tiempo para hacer obra de arte antes importante, dado el exterminio masivo del indio, los mestizos interpretaron con sencillez, en santoral de pobre ritmo estético figuras mejor conocidas por sus vestimentas que por la precisión de sus rostros. La talla en madera, a falta de un proceso desarrollado de la platería y la metalurgia respondió al modelo de las figuras religiosas consideradas como identitarias de los santos representados. Por lo tanto las imágenes fueron la mayoría de las veces la repetición de las litografias o cromos, y debieron tener cierta fidelidad para que el creyente alcanzara la fe que ellas deberían representar y hasta generar. Las sociedades pobres de América y las Filipinas en su mayoría, hicieron del santo de palo un ser con poderes cuya posesión prestigiaba al propietario. Pero igualmente, como un reclamo comunitario, esos santos, tallas a veces primitivas, eran facilitados a cofradías distantes, a vecinos que veían en él su protector. Así los santos de palo obligan a una representación identitaria fundamental en las indumentarias que la tradición ha sellado como parte de la personalidad de una figura santa. Muchas veces, cuando la talla es pobre, sólo la cabeza presenta los rasgos con el que se ha identificado el personaje en el santoral eclesiástico. Para el curador, el arqueólogo y el investigador en general, muchas veces es la indumentaria la que viene a determinar la identidad de la talla. San Francisco de Asís, uno de los santos más representativos de la talla dominicana, no lo es sino presenta el típico sayal y el cordón franciscano que determina su pertenencia a la orden que fundara. La posesión de una imagen tallada obliga al mantenimiento de la misma, a su acicalamiento, a su restauración, a su pintura a veces. Tan importante es la indumentaria que existen pruebas de la transformación de un santo en otro con solo cambiarle la ropa y hacerle algunos ajustes. Las estructuras del santo de palo no son del todo rígidas, en los casos más populares, huyen de la forma estatuaria y están formadas por piezas separadas adosadas o incrustadas o colocadas mediante clavijas, clavos y tornillos en ocasiones. Brazos y cabezas pueden a veces ser hechos por separado para ser adosados a la imagen, que en ocasiones, cuando los sayos llegan hasta el suelo, no tienen extremidades inferiores, sino que el torso, hecho toscamente, se monta sobre un sostén y tabillas de madera que se cubre con la tela con la que se ha hecho la indumentaria de la imagen. Tengo una Santa Marta la Dominadora, (personaje ajeno al santoral) cuyas dos serpientes, de transparentes ojos verdinegros me piden que las “eleve” a la categroría de santos de palo, pero mientras Filomena Loubana (es el nombre Luba de esta santa nacida como una réplica de la que venció al dragón, no me lo pida), no lo haré, porque los santos de palo tienen su personalidad y tienen celo de aquel que sin permiso invade con sus decisiones predios que les pertenecen.