Código Penal, delincuencia y corrupción
Listín Diario ha asumido el deber de crear consciencia sobre la necesidad de impulsar una modificación del Código Procesal Penal que impida a los delincuentes burlar la justicia con tanta facilidad y usar menores como escudo, carne de cañón y peones. Con esto contribuye con los esfuerzos de quienes ven su trabajo echado al zafacón por sentencias complacientes, irresponsables. El pasado miércoles clamó porque a tal iniciativa se sumaran las más altas esferas del gobierno nacional. Un esfuerzo loable; ejercido para aportar a la seguridad ciudadana. Se ha aducido, desde todas direcciones, incluyendo estamentos militares, políticos, religiosos y en la intimidad de los hogares, que urge contener la delincuencia y su manifestación en la cosa pública: la corrupción, lo que más la estimula, alimenta, propicia y fermenta. El país en pleno ha reclamado “mano dura” contra esos males. E incluyendo a la Policía Nacional, lamenta el rol de la justicia, de ciertos jueces y fiscales. Pero la gente ve que por la brecha de la corrupción y las componendas entre jueces, represores, fiscales, funcionarios, abogados y delincuentes es por donde se filtran esos cánceres de impunidades nefandas. Por ella entran a saciar sus hambres bestiales, a realizar sus impulsos de delinquir, a destruir lo que encuentran a su paso: vidas dignas, juventudes valiosas, propiedades adquiridas con años de sudor, tesonero esfuerzo y sacrificios. Y por la misma brecha salen impunes, burlan lo que de civilidad y honor puede quedar en esta vapuleada sociedad. Por otro lado, hemos visto los resultados, las respuestas a esos reclamos multi sectoriales de “mano dura” contra el crimen: adolescentes vivos echados sobre camas de camionetas que llegan acribillados a las morgues. Se reclama “mano dura” contra los que, en el juego de intereses exclusivos, fueron abandonados por el amor, la democracia y la justicia. Tierra nutricia para que los proclives a la “mano dura” salgan a cazar jóvenes, sin el debido proceso. A los mismos que la sociedad, especialmente los gobiernos, negaron el derecho a vivir con dignidad, a alimentarse, a educarse, al progreso... La justicia los dejó en manos de las hienas del “microtráfico”; sus representantes congresuales y munícipes los olvidaron; el sistema de salud los trató como sub productos. Finalmente, frustración los embargó y deprimió sus almas y “valor”. Ante las carencias, perdieron la fe en ellos hasta el punto que ignoran por completo su calidad humana, lo que eso significa, alienados. Devinieron en cuerpos que para el momento viven. Desde su marginalidad y periferia, atestiguan la coronación del lumpenaje, las ostentaciones opulentas de las sucesivas oleadas de nuevos enriquecidos cuatrienales. Y captan el mensaje: lo que funciona es delinquir y corromperse. ¡Lo demás es ser pendejo! Ese mensaje destila, ejemplarizador e ilustrativo, desde esferas altas de nuestra administración pública y sociedad. ¡Una hiedra! Ante tal escena ¿no debemos cuestionar la idoneidad de nuestros “valores”? ¿Si apoyar o no una reforma constitucional que garantizaría la vida “desde la concepción”? Ante nuestros ojos, los delincuentes toman la justicia en sus manos; roban vidas ajenas: de jóvenes, domésticas, trabajadoras, estudiantes, empresarios y hasta de las compañeras del amor desconocido y dañado. En sus manos ensangrentadas la vida de quien se cruce en la mala hora del trayecto errático de sus imperativos. ¡El tiro!, sin que medie argumento; ¡el tiro!, sin que medie diálogo. ¿Por qué no somos coherentes y proponemos una constitución que respete la vida sólo a quienes la respetan a los demás y a delincuentes ciertamente regenerados? Muchos estados norteamericanos, ya que hacia el Norte miramos, reglamentan de modo fulminante la aplicación de la “mano dura”. Es un ostracismo terminante, que no es pusilánime. ¿Procede unificar un Código Procesal Penal realmente fuerte contra delincuentes y reincidentes con el derecho constitucional que se discute? ¿O con una práctica policial de “mano dura” cuyos resultados conocemos y exponen a la justicia a los policías cumplidores? ¿Esperaremos que todo agrave, aun más? ¿A que la solución sea ya una guerra declarada entre sociedad y secuaces? La “mano dura”, ¿no daña a los “Agentes”? El oficio de asesinar, ¿no se aprende matando? Como clama Listín, la solución es revisar el código para impedir la escapatoria de delincuentes y corruptos. Hacer válidos todos los medios de prueba, por ejemplo. ¡Acorralarlos! Pero los que aprobarían una constitución y código tales, ¿temen que la letra los persiga? ¿Tienen limpias sus consciencias, cuentas y propiedades libres de bienes mal habidos? ¿En sus manos hay sangre? La sociedad dominicana vive bajo el fuego implacable de la delincuencia, en una guerra no declarada. Dicen que la genera el microtráfico, como si existieran micros mercados sin otros suplidores mayores, protegidos. En ella caen abatidos los ciudadanos, víctimas de pistoleros trocados en asaltantes por los paradigmas de vidas licenciosas, carentes de fines y movidas por pulsiones enfermizas, adictas, patológicas. Y caen niños y niñas, personas indefensas. ¿Qué grado de responsabilidad cabe a un Interior y Policía que otorga permisos de porte de armas a personas con perfiles psicológicos patológicos, a pesar de lo que establece su propio código? ¿Aportan los delincuentes en los carnavales electorales de nuestra democracia? En esa guerra cae el país ante los desaprensivos que halan del gatillo “porque sí”, “poi ná´”; cae ante las lacras sociales, ante los instrumentos de los ajustes de cuentas, protección a malvados, distribuidores de mercancías prohibidas y –a veces y junto con esto– ante ¡los custodios de nuestra democracia y justicia! En esta guerra también caen miembros dignos, humildes, de bien y buen vivir de la uniformada, dejando, muchos de ellos, familias en completo desahucio. Es una guerra que recluta su ejército entre infantes y nos diezma. El suyo es un diezmar injusto: miles de personas cada año, formadas por sus familiares para erigir, aportar y ser gente de bien contra una minúscula fracción de delincuentes que finalmente retiene y condena la justicia. En esa desigualdad fría, matemática, cae nuestra vergu¨enza de nación; cae nuestra fe, arrepentida; cae nuestra confianza en los demás, cae nuestro querer querer y cae nuestra alegría por el Don de la vida, a pedazos. Así entramos, aún vivos, al infierno. Para algunos la culpa es de un código. Para otros es así gracias a delincuentes, maleados, lacras sociales y corruptos.