EUROPA

Una isla dividida: un recorrido por el Reino Unido del brexit

Crédito The New York Times

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Patrick KingsleyShirebrook, Inglaterra

A las afueras de este pueblito cercano al centro de Inglaterra solía haber una mina. Ahora solo hay un almacén.

La mina suministraba carbón que proveía de energía eléctrica al país. En la bodega se almacenan pantalones deportivos.

La mina significaba un trabajo de por vida. El almacén principalmente ofrece empleos con el salario más bajo que permite la ley.

Si trabajas aquí, me dijo un empleado en el estacionamiento lluvioso el mes pasado, te tratan como a un mono.

Shirebrook fue la tercera parada de un viaje de 1448 kilómetros que hice por todo el Reino Unido el mes pasado. Quería entender este país dividido previo a las elecciones generales del 12 de diciembre. El mundo exterior por lo general ve al Reino Unido a través del cosmopolitismo y la afluencia de Londres, pero además de hacer una escala rápida ahí, quería ir a otro lado, en busca de gente que no estuviera deslumbrada por la capital.

Doquiera que fui, sentí como si el país no estuviera consolidado. Por todo tipo de razones, todo tipo de gente —los que apoyan el brexit y los que no; los obreros y los oficinistas; los judíos y los musulmanes; los ingleses, los norirlandeses, los escoceses y los galeses— la región se siente enajenada y sin rumbo.

En ocasiones, recordé que para muchas personas la política electoral está lejos de ser una de sus prioridades, que oscilan desde simplemente sobrevivir hasta combatir el calentamiento global. “No hay brexit en un planeta muerto”, me dijo Lauren McDonald, estudiante de Glasgow que recientemente dejó la universidad para movilizarse en contra del cambio climático.

Aunque, una y otra vez, la gente vuelve a hablar de la política del nacionalismo, la austeridad y el enajenamiento económico. En Shirebrook y más allá, las frustraciones se derivaban del brexit.

Desde que el distrito electoral circundante se formó en 1950, sus residentes, en general pertenecientes a la clase trabajadora, siempre habían elegido a un legislador del Partido Laborista.

Luego vino el referendo del brexit de 2016, en el cual siete de cada diez electores residentes estuvieron a favor de que el Reino Unido abandonara la Unión Europea. Ahora, a muchos les molesta que el país todavía siga formando parte de la UE.

“Cada vez que enciendes la televisión, solo se habla del brexit”, comentó Kevin Cann, residente de Shirebrook y exminero que votó a favor de la salida. “A estas alturas ya debería haber sucedido y ser cosa del pasado”.

El primer ministro Boris Johnson, un conservador que apoya el brexit, espera convertir su minoría gubernamental en una mayoría aprovechando esa frustración. Por primera vez, eso podría inclinar los votos de Shirebrook a favor de los conservadores, un partido que alguna vez detestaron los electores pertenecientes a distritos mineros como este.

“Ahora los mineros dicen: ‘Ah, Boris, Boris’”, comentó Alan Gascoyne, quien alguna vez encabezó una rama del sindicato de la mina y ahora dirige un club de exmineros.

“Una locura”, agregó.

El almacén local se encuentra en el centro de este cambio extraordinario, tanto en Shirebrook como a lo largo del Reino Unido postindustrial.

Se construyó en 2005 donde anteriormente se encontraba la mina de carbón del pueblo. Durante años, la mina fue el orgullo de Shirebrook, lo que motivó la construcción del pueblo en 1896. El trabajo ahí era peligroso, pero generaba empleos seguros, salarios y pensiones justos, así como un sentido de propósito y comunidad.

La mina era “como una madre”, comentó Gascoyne. “Esas madres que cuidan de todos”.

Pero la mina cerró en 1993, en medio de un proceso más amplio de desindustrialización y privatización que llevó a cabo el mismo Partido Conservador que ahora encabeza Johnson.

Tras doce años nefastos, el almacén llegó a ocupar su lugar, pero el vacío emocional permaneció. El almacén ofrece más empleos que la mina, pero se trata de empleos mal pagados en condiciones humillantes.

En un mundo sin brexit, este pueblo todavía podría votar en masa por el Partido Laborista. El manifiesto del partido promete aumentar el salario mínimo y eliminar los tipos de contratos de empleo que se usan en el almacén.

Pero todo esto se ha visto opacado por el brexit.

Antes de formar parte de la Unión Europea, el Reino Unido era “un país bastante rico”, comentó Cann, el exminero. “¿Por qué no podemos ser así de nuevo?”, agregó.

Romper los lazos que nos unen

En Shirebrook, como casi en todo el Reino Unido, percibí que se piensa que seguir adelante con el brexit podría restaurar el tejido social. No obstante, en otros lados, más bien amenazaba con romper los lazos que unen a la sociedad.

Para algunos londinenses ricos, quienes comúnmente votan por conservadores, pero que también gozan de ser parte de Europa, el brexit ha mermado su apoyo al partido de Johnson. Para algunas minorías étnicas y religiosas resulta incluso amenazador.

Para ilustrar este punto, Maxie Hayles, un veterano activista a favor de la igualdad racial, me llevó a un hotel en el centro encharcado de Birmingham, la segunda ciudad más poblada del Reino Unido.

El hotel se había renovado hacía algún tiempo, su plano de planta se había alterado, incluso tenía otro nombre. Pero, por fin, Hayles encontró la habitación que buscaba.

Este fue el lugar donde, en 1968, Enoch Powell, entonces ministro de gobierno del Partido Conservador, pronunció un discurso tristemente racista en el que afirmó que la inmigración arruinaría al Reino Unido. Hasta la fecha, ese discurso sigue siendo para muchos británicos un sinónimo de prejuicios y división. Hayles, un inmigrante jamaicano que entonces tenía 25 años, todavía recuerda el temor que provocó en su comunidad.

Desde entonces, el Reino Unido ha cambiado. Ahora, un negocio cuyos propietarios son gente de color ocupa la oficina de Powell. La habitación de hotel se partió en dos, tiene paneles y alfombra nuevos. No obstante, el brexit amenaza con romper la alfombra metafórica de nuevo, advirtió Hayles.

Los ataques racistas aumentaron durante la campaña del referendo, alrededor de una quinta parte. El primer ministro comparó con buzones a quienes usan hiyab. Y Powell tiene un animador de la era moderna: Nigel Farage, el mayor proponente del brexit.

“No son buenos tiempos, en términos del brexit y lo que significa para las minorías negras en el Reino Unido. Nos deparan días graves”, afirmó.

De campo de ovejas a campamento glamoroso

Dimos vuelta a la izquierda en el pub rosa, rodeados de bruma, y luego seguimos hasta las montañas de Gales. A la derecha de un sendero se encontraba la granja de Davies. Ceri Davies estaba en el establo detrás de la casa, supervisando los trabajos de renovación.

Gales no figura mucho en el discurso político del Reino Unido. Su movimiento independentista es más pequeño que el de Escocia. Pero hasta en estas remotas tierras elevadas, está pasando algo, en parte, gracias al brexit.

Davies ha vivido toda su vida en este valle, sin contar tres meses que pasó en un pueblo cercano. El hombre habla galés con los amigos y no habló ni jota de inglés hasta que entró a la escuela. Su padre era un pastor de ovejas, al igual que él ahora. Sus 750 ovejas pastaban en las pendientes que se alzaban ante nosotros.

El brexit amenaza eso, de ahí que estén renovando el establo.

Al igual que muchas granjas británicas, el negocio de Davies mantiene su rentabilidad solo gracias a un subsidio de la Unión Europea. Lo que es peor, Europa, tras las fronteras del Reino Unido, compra alrededor de una tercera parte de los corderos galeses.

Los conservadores han prometido sustituir los subsidios con nuevos pagos, pero si los funcionarios europeos imponen aranceles a la carne británica después del brexit, las granjas como la de Davies podrían acabar en la ruina.

“Es bastante aterrador”, comentó.

Así que el establo, junto con la abundante pradera detrás de este, es su seguro. Davies y su esposa, Rebecca Ingleby-Davies, planean convertir la pradera en un campamento de lujo. El establo se convertirá en la zona de las regaderas.

Es irónico: el brexit, que se idealiza como un regreso a las tradiciones y las raíces británicas, podría en cambio acabar con algunas de ellas.

‘Una enorme, enorme traición’

El ferri zarpó de los muelles de Liverpool, pasó las plataformas rojas y se adentró en el mar de Irlanda. Afuera, el mar estaba en calma. En el comedor, los pasajeros estaban fúricos.

Alan Kinney hizo a un lado su ensalada de atún para dar su opinión. “Sería una enorme, enorme traición”, dijo.

El motivo de su enojo era el mar mismo: este macizo de agua entre dos partes del Reino Unido —la isla de Gran Bretaña y la isla de Irlanda— se ha convertido en el más reciente obstáculo para el brexit.

Durante las últimas décadas del siglo XX, los nacionalistas en Irlanda del Norte lucharon, sin éxito, para volver a unir el territorio, que sigue bajo el control británico, con la República de Irlanda, que obtuvo su independencia en 1922. La mayoría de los paramilitares dejaron las armas en 1998, después de que un acuerdo de paz abrió la frontera terrestre entre el norte y el sur de Irlanda.

Para evitar la imposición de controles de aduanas después del brexit en esa frontera terrestre, Johnson ha acordado en la práctica tratar a toda la isla de Irlanda como si fuera una sola zona aduanera. Los controles de aduanas aplicarán más bien a los productos que crucen entre el Reino Unido e Irlanda del Norte, en ferris marítimos como este.

Eso podría apaciguar a muchos nacionalistas, pero ha enfurecido a los leales del territorio: los residentes de Irlanda del Norte, principalmente a los protestantes, quienes quieren seguir siendo parte del Reino Unido. Sienten que los controles aduaneros crearían una Irlanda unificada en todo, menos en el nombre.

Kinney, miembro de la Orden Naranja, un grupo de leales de línea dura, sacó una revista de su morral.

“No a una frontera marítima”, decía el encabezado central. “¡No a una Irlanda unida económicamente! ¡No nos rendiremos!”.

El siguiente artículo era sobre pedófilos católicos.

A tres mesas, por fortuna, Tim McKee no había escuchado la conversación. McKee, un nacionalista, sin duda no quería una frontera terrestre, pero una frontera marítima tampoco le parecía buena idea: podría desatar una respuesta negativa violenta de parte de los paramilitares leales. Temía que se repitiera lo sucedido en la década de 1970, cuando una bomba lealista por poco lo hace volar en pedazos.

Una acería olvidada

En un páramo a las orillas del pueblo escocés de Motherwell, nuestra última escala, Tommy Brennan me mostró todo lo que había desaparecido.

Ahí estaban las puertas de la fábrica, dijo, allá las torres de enfriamiento. Alguna vez, esta fue la acería más grande de Europa, en la que Brennan trabajó por primera vez en 1943.

Ahora solo había pasto amarillento. La acería de Ravenscraig, que alguna vez fue más grande que el Parque Central de la ciudad de Nueva York, cerró sus puertas y fue desmantelada en 1992, después de ser privatizada por el gobierno conservador de Londres. Eso dejó a unos 10.000 residentes sin trabajo, incluido Brennan.

En Shirebrook, vi cómo la desindustrialización acabó por contribuir a la causa del brexit. Pero en Motherwell ayudó a aumentar el resentimiento contra el Estado británico en lugar de Europa: en 2016, esta área votó por permanecer en la Unión Europea, pero, en un referendo por la independencia de Escocia de 2014, estuvo a favor de abandonar el Reino Unido.

Brennan fue uno de esos electores, había llegado a la conclusión de que Londres nunca daría prioridad a los intereses escoceses. “De haber sido una nación independiente cuando Ravenscraig cerró”, dijo, “seguiría abierta”.