REPORTAJE

Poste a poste, electricistas de Puerto Rico trabajan como hormigas en tarea colosal

Los trabajadores eléctricos de Puerto Rico no han descansado desde el 20 de septiembre, cuando el huracán María hizo trizas el sistema energético. Agotados física y mentalmente, cargan una presión colosal sobre sus hombros. Su mayor alegría: el grito "¡Llegó la luz!".

Temprano en la mañana, una brigada de seis trabajadores sube con dos grúas un escarpado camino de tierra que abrieron en el monte unos días antes, para acceder al embrollo de cables, postes y ramas que dejó el huracán.

Es una zona selvática en las montañas bajas de los alrededores de Ponce, en el sur de Puerto Rico.

Desbrozar la maleza para desenredar los materiales, taladrar el suelo, plantar un poste nuevo e instalar los cables les toma casi todo el día.

Sólo les falta levantar 50.000 postes más.

"Es fuerte pero así es cuando más ánimo le da a uno, porque son metas que uno se pone", dice Daniel Vélez, de 42 años. Es el instalador de líneas del equipo. "Estamos en la mira de todo el mundo y hay mucha gente muy agradecida".

Como los demás, lleva un casco amarillo y el sudor le cae a chorros bajo el demoledor mediodía caribeño.

En total, más de 3.300 personas están dando energía a la isla, entre empleados de la Autoridad de Energía Eléctrica (AEE) de Puerto Rico, del Cuerpo de Ingenieros del Ejército de Estados Unidos y otras compañías americanas y locales.

Los obreros de la AEE trabajan seis días por semana en turnos de 12 horas diarias, o más, desde que el huracán atravesó este territorio estadounidense con vientos de 250 km/hora.

"¿De qué crees que son estas ojeras?", dice una empleada del almacén de la AEE en Ponce.

El trabajo es tan colosal, que buena parte de los 3,4 millones de habitantes de Puerto Rico sigue sin electricidad. Hasta el domingo, la generación de energía estaba en un 58%.

"Nuestro sistema tenía muchos años", explica a la AFP Justo González, el director interino de la autoridad eléctrica. "No había sistema eléctrico en el mundo que aguantara una cosa como ésta".

Además, la AEE está hace años quebrada con una deuda de 9.000 millones de dólares y estuvo envuelta en sospechas de corrupción durante el proceso de reconstrucción.

No hay material

Pero los trabajadores en el terreno lidian con problemas más tangibles: no tienen material y están reciclando cómo pueden los restos de postes y cables destruidos.

"No tenemos postes, no tenemos aisladores, no tenemos cables, no tenemos equipos; ni grúas, ni canastos...", enumera Ángel Figueroa Jaramillo, presidente de la Unión de Trabajadores de la Industria Eléctrica y Riego (UTIER).

"Tenemos lugares donde hay tres grueros y sólo hay una grúa. Una grúa que hay que tratarla con mucho cariño porque está vieja", dice el líder del principal sindicato de la AEE.

La carencia de equipos se debe, según explica González, a que la AEE utilizó la mayoría del inventario que tenía en sus almacenes para reparar el sistema eléctrico después del azote de Irma, un huracán que rozó la isla dos semanas antes que María.

Y luego, cuando María hizo jaque mate, los puertos dieron prioridad a cargamentos de alimentos, agua y medicinas.

Recién veinte días después del huracán, el Cuerpo de Ingenieros de Estados Unidos ordenó la entrega de 50.000 postes y 6.500 millas (10.460 Km) de cable para Puerto Rico.

Pero entonces la isla tuvo que competir con Florida y Texas -que habían sufrido dos huracanes anteriores- en la asignación de los materiales.

Tras esta odisea, González asegura que "pronto" comenzarán a llegar "6.000 postes cada tres días".

Pero Figueroa Jaramillo, el líder sindical, está ansioso: "No sabemos por dónde vienen esos postes, si le están dando la vuelta al mundo".

"A uno le da sentimiento"

"La primera vez que energizamos un área fue impresionante", recuerda Daniel Vélez. "Uno se llena de orgullo. Todo el mundo está aplaudiéndote, la gente llorando. A uno le da sentimiento".

En Gurabo, una zona urbana en el centro-este de la isla, otra brigada devuelve la energía a una calle. Cae la noche y los residentes siguen sentados en los porches de sus casas, mirando a los hombres trabajar en las grúas.

Entre los vecinos está María Carrión, una jubilada de 64 años que aguarda, anhelante, que terminen los trabajos.

"¡Ay gracias Dios mío, ese transformador se ve bello!", exclama.

Lo primero que hará María será "lavar ropa", dice. Se le agolpan las palabras: "Y cortar la grama". Y reconsidera: "Bueno, ahora en la noche no. Mejor prendo un abanico (ventilador) y meto todas las botellas de agua en el freezer y voy a tener mucho, mucho hielo".

Pero el director de la AEE tiene menos suerte. Después de dos meses y medio, él tampoco tiene luz.