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UN GRAN APRENDIzAJE

Una madre doblemente especial

SANTO DOMINGO.- Sentado a la mesa en su casa de Alma Rosa, Diego une sus manos y cierra sus ojos para dar gracias por el almuerzo que compartirá con su madre y su hermanito. “Dale pan al que no tiene y amor al que tiene pan”, pide, “en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo”, el niño de nueve años. 

La mayoría de la gente no vería nada de especial en su oración, pero ésta revela un niño muy distinto de aquel que, años atrás, vivía aislado en su propio mundo, no hablaba con los demás ni prestaba atención a las clases. 

Diego tiene una condición conocida como síndrome de Asperger, y detrás de su avance se encuentra su madre, Odile Villavizar, una fotógrafa que el año pasado fundó el Grupo de Apoyo a Padres para dar soporte y orientación a familias de niños autistas. 

Villavizar tiene bastante experiencia para compartir con las 133 familias que integran el grupo y de las cuales conoce de memoria los nombres y casos, al punto de que en ocasiones no duerme, angustiada por la situación de alguna madre. 

Después de ver el progreso que sus cuidados y las terapias generaban en Diego y confiada en que había apenas un dos por ciento de probabilidades de que diera a luz otro hijo autista, Villavizar se sentía preparada para ser madre nuevamente. 

Al poco tiempo de nacer su segundo hijo, Damián, que hoy tiene cinco años, comenzaron las sospechas confirmadas más tarde en Panamá, donde se fue a vivir en el 2003: el pequeño también fue diagnosticado con autismo. 

Aunque en un principio la noticia la hizo derrumbarse emocionalmente, el tiempo, el apoyo que encontró en el sistema educativo panameño y la experiencia de otros padres con hijos especiales le hicieron ver la vida de otro color. 

“Tener dos niños autistas la ha transformado. Yo la veo muy madura”, afirma sobre ella Belkis Mateo, quien fuera su jefa en el desaparecido periódico El Siglo. 

La paciencia y la tolerancia son dos virtudes que ha desarrollado Villavizar, la mujer que, cara a cara o del otro lado del teléfono, siempre deja escapar una leve risa. 

“Mis hijos me han enseñado a ser mejor persona”, dice mientras echa un vistazo al pequeño Damián, quien, sentado sobre la mesa del comedor, saca 200 sorbetes de su caja y los introduce uno a uno en un envase plástico para luego repetir la operación en sentido inverso. 

Ejercicios como ese ayudan a sus hijos a desarrollar la psicomotricidad, mientras palabras escritas en trozos de cartulina y pegadas a la pared los ayudan con la lectoescritura. 

La organización y clara caligrafía del cuaderno de Diego, que Villavizar muestra orgullosa, son resultado del esfuerzo de cinco años durante los cuales ella ha dejado de lado cualquier trabajo fijo y se ha limitado a los “picoteos”, pues “nadie mejor que una madre para atender a sus muchachos”.

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